Chopard concibe su perfumería como un refrendo de lo tradicional y exclusivo. Una extensión de su saber hacer primero en relojería, y más tarde en joyería. Se centran en ofrecer fragancias sin igual, perfumes que difieran de lo que estamos acostumbrados a ver. Por eso sus referencias son contadas, por eso no es común ver sus nombres en las estanterías de las perfumerías, por muy selectas que sean.
Y es que esta firma sólo presenta un perfume cuando es el mejor, especialmente cuando estamos hablamos de fragancias femeninas, cuando tiene la personalidad necesaria, el arrojo que una mujer va a demandar en el aroma que la acompañará en el día a día. Y cuando dieron con Chopard Wish supieron que era esa esencia que andaban buscando.
Vio la luz hace casi dos década, allá por el año 1997. Fue el segundo, tras el estreno en el mundo de la perfumería con Casmir, una fragancia que de igual modo está a la venta. Y llegó para demostrar cómo un perfume puede tener numerosas facetas. Cómo perteneciendo a una familia reconocible, la de los florales orientales, es radicalmente distinto a ellos. Cómo marca distancia. Cómo es capaz de no dejar indiferente.
Sus diferentes matices, todos convivientes en armonía, se ven realzados por la aguda flor de acacia, por la radiante grosella negra y la fina madreselva. A estas tres capitales del Chopard Wish, se suman las notas florales de osmanthus, pachulí y violeta negra, el incienso, el ámbar y la madera de sándalo. Es, en palabras de la propia marca, «la primera fragancia amaderada floriental». Un diamante hecho de esencias.