No es extraño que a las personas nacidas en buena cuna, con padres pudientes, se les eche en cara que sus logros no son tales o se los minimice. El colchón económico que supone una familia con posibles, los padrinos que uno pueda tener o las facilidades que se le ofrezcan son habitualmente la argumentación. Y seguramente, a veces, razón no les pueda faltar para señalar con el dedo. Sin embargo, hay que ser justos. Porque no son pocos los que aun con todo ello arriesgan, como cualquiera. O arriesgaron sus antepasados. O lo han hecho ambos. Aerin Lauder es muestra.
Es la nieta de Estee y Joseph Lauder, fundadores del gigante imperio cosmético, y su vida ha sido algo más que nacer, ir a la escuela, cumplir la mayoría de edad y ponerse al frente de la empresa que con tanto ahínco y esfuerzo levantaron sus abuelos. De hecho, ni eso es así. Porque Aerin se dedica, ahora, a su propia firma, homónima a ella, en el que da rienda suelta a sus pasiones sin importarle nada más que eso. La deconstrucción vital de una de las herederas estadounidenses por excelencia, de una de las mujeres con mayor estilo en la clase alta norteamericana.
Los inicios del imperio
A finales del siglo XIX y especialmente durante el siglo XX, gran cantidad de judíos del Viejo Continente emigraron a Estados Unidos. Mortandades oficialmente permitidas en muchos países, persecuciones realizadas por la población civil con la permisividad de las autoridades y finalmente el Holocausto nazi provocaron un éxodo masivo al otro lado del Atlántico. Entre todas esas personas que cruzaron el océano, entre los primeros judíos que llegaron a tierras americanas, se encontraban dos naturales de Hungría: Rose Schotz Rosenthal and Max Mentzer. Llegaron por separado, con años de diferencia el uno del otro, pero el azar quiso se conocieron y en 1905 uniesen sus vidas. Se casaron. De esa unión, tres años más tarde, nacería en la ciudad de Nueva York una niña: Josephine Esther Mentzer.
Ese era su nombre legal, el que figuraba desde que llegó al mundo en el barrio de Queens, pero desde bien pequeña recibió el apelativo cariñoso de Estee. Creció echando una mano en la ferretería familiar junto al resto de sus hermanos y tratando de llegar a final de mes todos juntos. Allí, trabajando duro para llevar adelante el negocio, comprobó lo que es llevar una empresa, esforzarse por sacar beneficio de ella, salir adelante. Pero su sueño no era el de dedicarse a los negocios, ni convertirse en empresaria de éxito. Ni mucho menos continuar con el comercio familiar. Ella quería ser actriz y formar parte de las clases altas neoyorquinas, quería ver su nombre escrito con luces, recibir flores por doquier y tener al lado a hombres apuestos.
Y en su camino apareció su tío, John Schotz, otro judío expatriado que recaló en Estados Unidos para continuar desarrollando su profesión, la de químico. Lo hacía en unos laboratorios, que él mismo había constituido, en el que componía fórmulas magistrales para productos de belleza. Cremas, lociones e incluso perfumes. Cuando Estee accedió a ayudarlo y vio lo que era aquel mundo quedó cautivada. Continúo en la escuela, se graduó en el instituto y al terminar, no lo dudó: se metió de lleno en el negocio de su tío.
Lo ayudo a crear fórmulas, este la enseñó a aplicarse de forma efectiva las cremas para la cara y ella comenzó a vender los productos en salones de belleza, clubes de playa o cualquier otro lugar donde una mujer pudiera querer comprar cosméticos. Todo este bagaje caló todavía más en la joven hija de judíos y su anhelo, el de ser alguien importante en aquella sociedad estadounidense, vio que podía materializarse. ¿Cómo? Centrándose en conseguir su objetivo a través del trabajo duro. Fue entonces cuando conoció a su marido, Joseph Lauter, y con él comenzaría a dar forma a su proyecto a lo largo del tiempo.
En 1930 se casaron. En 1933 nació su primer hijo, Leonard. En 1939 se separaron. En 1942 volverían a juntarse, casándose de nuevo. Y finalmente en 1944 nació su segundo hijo, Ronald. Entre un hijo y otro, durante la separación, Joseph cambió una letra de su apellido, la te por la de, y con el nombre cariñoso de Josephine Esther, afrancesado con la tilde, crearon en 1946 la compañía Esteé Lauder.
Las razones del éxito de Esteé Lauder no fueron ni una ni dos, pero si hubiese una que destacar, más allá de la natural calidad de los productos, es la elección de sus primeros canales de venta, los que popularizaron sus productos. Con Estee al frente, pero sobre todo a partir de la llegada de sus dos hijos, se optó por expandir internacionalmente la marca, llevándola a otros mercados, y por venderse al mismo tiempo que publicitarse a través de grandes cadenas de distribución. Primero firmando un convenio con Saks Fith Avenue, un importante comercio neoyorkino, y más tarde con galería como Harrod’s. Al principio no hubieron mucho más secretos.
Llega Aerin Lauder
Así es como la fundadora consiguió lo que siempre había querido, ser una más de la alta sociedad americana. Y a esa familia, a ese ambiente, es al que llegó Aerin Lauder, hija del segundo de los hijos, Ronald. Fue educada de acuerdo a su estatus, en los mejores colegios y con los mejores profesores. Desde pequeña mostró interés por su abuela y por todo lo que tenía que ver con el imperio familiar y ello hizo que, tras pasar por la Universidad de Pennsylvania y graduarse, entrase en Esteé Lauder. Pero no en un puesto directivo especialmente destacado, ni en uno de los departamentos más notorios. Accedió al área dedicada a crear los diferentes productos de la compañía, la encargada de concebir lo nuevo, donde se encuentran los responsables que asegurarán o no la buena marcha de la empresa. Allí fue donde su gusto se perfeccionó, donde adquirió experiencia en la creación de nuevas referencias y rápidamente evolucionó en una figura capaz de discernir con garantías qué funciona y qué no. Qué conviene a la corporación y qué no le conviene.
AERINPero pese a ir adquiriendo nuevas competencias con el tiempo, mayor poder de decisión, ser directora creativa y encaminarse indefectiblemente a la cumbre del imperio, decidió detenerse y establecerse por su cuenta, aunque dentro del propio grupo, siendo a la par directora de Imagen y Estilo del emporio familiar. Era 2012 y decidió apostar por ella, por una firma homónima, por AERIN.
Esta marca de estilo de vida lujoso global, como se autodefine, es un reflejo de su forma de ser, de sus inquietudes, de sus gustos, de su refinamiento y de sus intereses. La promesa bajo la cual se crea es que vivir bien, tranquilamente, no debería costar ningún esfuerzo, y para ello se dedica a ofrecer cuidadas colecciones de productos cosméticos, accesorios de moda y decoración de hogar con las que una mujer de hoy en día, capaz, deseosa de tener una vida plena, pueda hacerlo de acuerdo a los preceptos de Aerin.
Estilos clásicos pero con un contemporáneo punto de vista. Piezas de decoración especialmente bellas pensadas únicamente para el disfrute. Perfumes basados en los aromas de flores que más le apasionan, para realzar a quien los porte. En definitiva, intentar trasladar su forma de ser, pensar y actuar, su clase, estilo y refinamiento, a toda aquella persona, a toda aquella mujer, que sienta lo mismo que ella siente. Estee, su abuela, trabajó duro para llegar a ser lo que fue. Y Aerin lleva el mismo camino. El de ser consecuente con sus principios, ser una misma y luchar por lo que quiere.