Corría el año 1837. Con 25 años, Charles Lewis Tiffany abandonó su pequeño pueblo natal para probar suerte en una de las ciudades más grandes del mundo, Nueva York. Gracias a un préstamo de 1000 dólares y la ayuda de su socio, John Young, abrió su primera tienda, en la que vendía una gran variedad de objetos. Cuando terminó el primer año de trabajo apenas había logrado ventas para llegar a 5 dólares. Algo tenía que cambiar. Y así fue.
Tiffany pasó a vender piezas de cristal de bohemia y porcelana fina, lo que supuso el despegue del negocio. Su buen gusto y ojo para los negocios le llevó a formar en poco tiempo una selecta clientela adinerada que acudía a su tienda en busca de piezas únicas. Fue entonces cuando comenzó a diseñar sus propias joyas, siempre en busca de la elegancia y el buen gusto, huyendo de los excesos barrocos tan de moda en su época. En 1850 fundó Tiffany & Co. que se convirtió en una de las joyerías más conocidas de la ciudad.
En 1887 adquirió y vendió parte de las joyas que habían pertenecido al tesoro de la Corona Francesa, lo que le dio prestigio internacional. A finales del siglo XIX no sólo su tienda de Nueva York era de las más importantes del mundo, ya que sus sucursales de Londres y París era frecuentadas por la aristocracia europea. La leyenda había nacido.
Su pasión por las gemas le llevó a ser conocido como "El rey de los diamantes" convirtiendo a su tienda en el hogar de las piedras preciosas más singulares de su época. Bajo su dirección, se creó uno de los diseños más atemporales de la historia de la joyería, el anillo de compromiso Tiffany. El diamante que lleva está cortado de manera especial para que encaje con el engarce, proporcionando un brillo que, todavía hoy, resulta inigualable. En ese anillo se condensa buena parte de la filosofía que define a Tiffany como marca: ligereza, brillo y elegancia.
Tiffany también destacó por su labor como mecenas, siendo uno de los contribuyentes principales del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, y fundador de la Sociedad Neoyorquina de las Bellas Artes, recibiendo reconocimientos tan importantes como la Legión de Honor otorgada por el gobierno francés.
Nacido en un pueblecito, dentro de una familia de inmigrantes, Tiffany dejó un importante legado, más allá de sus tiendas de joyería, valoradas en más de 35 millones de dólares tras su muerte en 1902. Hoy en día, y gracias a su trabajo constante y pasión por la perfección, el nombre de Tiffany es sinónimo de la más alta elegancia, lujo y calidad.
Esta detallista labor fue continuada de manera familiar. Su hijo, Louis Comfort Tiffany, fue diseñador jefe de la compañía, creando una línea dedicada a la confección de sus delicadas y famosas lámparas. También fue responsable de la implantación de las inconfundibles cajas azules de Tiffany, un hito del diseño que sigue levantando pasiones entre los amantes de las joyas más exquisitas.