Pensar en individuos que han cambiado el mundo, que lo han transformado dejándolo a veces irreconocible, es pensar en personas que han sido tildadas de dementes, de lunáticas, de irreflexivas o alocadas. Calificativos duros y demasiadas veces empleados con desprecio, que la cultura popular se ha encargado de hacer perdurar, pero que en parte han definido a estos genios. Porque la historia ha demostrado que sin algunos de ellos el progreso no hubiese sido posible. Que sin sus ideas, majaderas sobre el papel, pero realmente superlativas una vez tangibles, no seríamos lo que hoy en día somos. Ni viviríamos en el mundo en el que vivimos.
La siguiente frase formaba parte de una mítica campaña publicitaria de Apple, aquella que nos animaba al think different, y pese a tener como objetivo vender no deja de ser interesante y sumamente cierta:
Puedes citarlos, discrepar de ellos, ensalzarlos o vilipendiarlos. Pero la única cosa que no puedes hacer es ignorarlos… Porque ellos cambian las cosas, empujan hacia adelante la raza humana y, aunque algunos puedan verlos como locos, nosotros vemos genios. Porque las personas que están lo bastante locas como para creer que pueden cambiar el mundo son las que lo hacen.
Elon Musk es sin duda uno de ellos. Uno de esos locos, rebeldes, inadaptados, alborotadores y problemáticos de los que hablaban los famosos anuncios de la compañía de Cupertino. Un ser sumamente curioso por naturaleza, diferente, con preocupaciones transgresoras desde bien pequeño, que se propuso hace mucho tiempo cambiar nuestra existencia y comienza a lograrlo. No es uno cualquiera. No es un vendehúmos ni un vendemotos. Es un visionario. Un genio que vive en nuestro tiempo. Un inventor eminente como esos que vivieron hace siglos.
Precoz desde la infancia
La precocidad es la cualidad que dicha de una persona habla de capacidades desarrolladas antes de lo previsto, avanzadas al curso natural y habitual observado en el resto de seres humanos. Y Musk, en gran medida, puede ejemplificar el significado del vocablo.
Nacido en el año 1971 en la ciudad de Pretoria, en Sudáfrica, de padre sudafricano y madre canadiense, parecía estar llamado a sobresalir. Cuasi tan pronto como comenzó a hablar, comenzó a preguntar. Pero no formulaba las típicas cuestiones de un niño pequeño. El futuro visionario, con cada cuestionamiento, ponía a prueba sus padres, desafiaba cualquier respuesta que pudiesen tener preparada para una personita de 5 años.
Con 10 años tuvo su primer ordenador, un Commodore VIC-20 apuntan diversos autores. Y con él aprendió a programar sin ninguna clase de ayuda. Dos años más tarde, sin haber alcanzado todavía la adolescencia, hacía su primer negocio: vendió un juego que había desarrollado, Blastar, por un equivalente a 500 dólares. Y con ese dinero, y el que ganaba con otros trabajillos, compraba cómics y novelas de ciencia ficción que se sumaban a la pila de publicaciones que leía. En ella se encontraban, por ejemplo, enciclopedias completas y obras de filósofos como Nietzsche o Schopenhauer.
Musk se educó en una escuela privada de habla inglesa, se graduó en un instituto masculino de su ciudad natal y con apenas 17 años, a las puertas de tener que prestar el servicio militar obligatorio, se trasladó a Canadá, el país de su madre. Allí, con 19 años, comenzó a estudiar en la Universidad de Queen. Con 21 se trasladó a la Universidad de Pensilvania, ya en Estados Unidos, y tres años más tarde se convirtió en físico y economista. En 1995, con 24 años, decidió comenzar un doctorado en Física Aplicada de la Universidad de Stamford, pero a los dos días lo abandonó.
Como comentaría más adelante, para él había y hay tres áreas fundamentales en las que trabajar, en las que resolver problemas importantes: Internet, las energías renovables y el espacio. Así que comenzó con la primera, la que tenía más a mano y en la que mejor podía desenvolverse desde el minuto uno, es decir, la red de redes.
Comienza la leyenda de Elon Musk
Corría el año 1995 y tras su particular huida de Stamford fundaba junto a su hermano Kimbal Musk y su amigo Greg Curry la compañía Zip2, dedicada al desarrollo y alojamiento de diferentes servicios web. Los primeros meses, la única oficina que tenían, en San Francisco, servía por el día para trabajar y por la noche para dormir. No tenían mucho más. Cuatro años más tarde, cuando gestionaban alrededor de dos centenares de portales prestando servicio a notables medios de comunicación como The New York Times, Compaq Computer les compró el negocio por más de 300 millones de dólares estadounidenses. Comenzaba la leyenda.
El siguiente paso de Musk, tras la venta de su primera compañía, pasaba por transformar los pagos online. No abandonaba Internet y abordaba un notable problema entonces. Si el comercio a través de la red no despegaba como se deseaba era, en parte, por los procesos a hora de pagar. Engorrosas transacciones, con depósitos, autorizaciones varias y métodos tediosos por en medio, alargaban una compra y la hacían complicada. X.com, como se llamó inicialmente el negocio, pretendía simplificarlo. Con el camino comenzado a andar, se fusionó un año más tarde con otra empresa, y al poco tiempo nacía PayPay. El éxito de sus planteamientos fue tal que tres años más tarde el gigante eBay compraba el servicio por 1.500 millones de dólares. Y tocaba cambiar de tercio. Le llegaba el turno al espacio y nacía, para ello, SpaceX.
Sus primeras aspiraciones pasaban por investigar la viabilidad de enviar un cohete a Marte, asunto en el que todavía trabaja la compañía, pero en la actualidad y desde hace casi una década sus esfuerzos se centran en reducir los costes de la exploración espacial sin renunciar a la máxima fiabilidad, desarrollando cohetes reutilizables. Los Falcon, el 1 y el 9, han trabajado ya para la NASA transportando materiales hasta la Estación Espacial Internacional y, recientemente, han tenido su primer aterrizaje exitoso para poder ser utilizados de nuevo. Han demostrado, pues, que es posible desarrollar cohetes de varios usos, que viajen al espacio y vuelvan sanos y salvos. Un principio, un pequeño paso, para aspiraciones mayores.
Pero mientras SpaceX tomaba forma, Elon Musk no descuidó la tercera área en la que deseaba trabajar: las energías renovables. Y su apuesta fue Tesla Motors. Una simple visita a una empresa que contaba con un prototipo de coche deportivo eléctrico fue el detonante. No lo querían comercializar, quizás no creían en él lo suficiente, pero el sudafricano nacionalizado estadounidense sí. Y junto a Martin Eberhard y Matt Tappenhig fundó en 2003 la compañía que lo haría posible.
Tres años después llegó su primer modelo, el Tesla Roadster. En 2012 presentaron el Model S, un liftback que rápidamente se convirtió en un símbolo tecnológico y objeto de deseo. El todocaminos Model X, con el que se acomodaban en el mercado, vio la luz el año pasado. Y este curso, el pasado primero de abril, se anunciaba el Tesla definitivo hasta el momento, el Model 3. Si el resto estaban enfocados al lujo, a las más altas prestaciones, a los bolsillos más abultados, el último de los modelos pretende llegar a todos con un precio más asequible. Y no es casualidad, ni una estrategia comercial planteada sobre la marcha. Todo obedece a un plan trazado hace una década, con el lanzamiento del primer coche.
Lo que está por venir
Steve Jurvetson editada con licencia CC BY 2.0El primer objetivo era fabricar un coche deportivo eléctrico. Hecho. El segundo usar ese dinero conseguido con él para fabricar uno asequible. En ciernes, con el Model 3. El capital conseguido con ese vehículo económico irá destinado a fabricar otro todavía más asequible. Punto a abordar. Y entretanto, «también proporcionaremos opciones de generación de energía eléctrica de cero emisiones», decía. Y esas son las baterías domésticas Tesla, llamadas Powerwall, pensadas para almacenar energía solar durante el día que poder utilizar durante la noche. Y también, aunque sea más desconocido, el proyecto SolarCity, que pretende convertirse en fabricante, proveedor y arrendatario de instalaciones productoras de energía solar para todo tipo de edificios.
Pero lo sueños en la mente de Musk no dejan de surgir y el último conocido es Hyperloop. Se trataría de un medio de transporte, parecido al tren, compuesto por unas cápsulas que viajarían a grandes velocidades, cuasi levitando, a través de tubos. El sistema, que a priori ha generado dudas, permitiría salvar grandes distancias de una forma rápida, alcanzando si fuese necesario velocidades por encima del millar de kilómetros por hora. Por ejemplo ir de San Francisco a Los Ángeles, un trayecto de unos 600 kilómetros que por carretera dura alrededor de 6 horas, se realizaría en poco más de media hora. Y sería apto tanto para personas como para mercancías.
Mientras da forma y se esfuerza en hacer real el transporte ultrarrápido, su cabeza no descansa. Por ella todavía pasa la aspiración de colonizar otros planetas y en concreto Marte. De solucionar más problemas. De ayudar a las personas. De emprender muchos más proyectos. De crear nuevos inventos. De hacer de este mundo, y quizás otros, un lugar mejor. Elon Musk ha demostrado que los sueños, por muy irreales que parezcan, pueden cumplirse. Y si no se cumplen, alguna enseñanza habremos sacado de ellos. Incansable, luchador, es digno de admiración.