A los profesionales de oficios en los que la creatividad desempeña un papel fundamental es frecuente —quizás demasiado— formularles preguntas del estilo: «El fotógrafo, el pintor, el escritor, el diseñador… ¿nace o se hace?». Y seguramente cualquiera que sea el inquirido responderá que se puede aprender la técnica necesaria, practicar mucho para llegar a ser bueno y asimilar todos los conceptos intrínsecos a la profesión. Sin embargo, a pesar de esa instrucción, se necesita nacer con un algo. Podemos llamarlo vocación, quizás saber que quieres dedicarse a esa actividad aun sin saber que existe, tener un instinto… Y la historia nos dice Helmut Newton, ese algo, lo tenía desde bien pequeño.
Nacido en Berlín con la década de los 20 recién emprendida, tuvo su primera cámara a los 12 años. Se trataba de una Tengor Box que se había comprado él mismo, con los ahorros que con mucho ahínco había ido atesorando a su corta edad. Venía con un carrete y lo empleó por completo mientras volvía en metro a su casa. A excepción de la última foto, que dejó para el exterior. Fotografió la torre de radio de Berlín y fue la única imagen que salió de aquella cámara; el resto quedaron veladas.
Era el segundo hijo que tuvo su madre, Klara Neustädter, alumbrado en las segundas nupcias de la mujer con un agricultor de Silesia, hoy en día una histórica región divida entre Polonia, República Checa y Alemania, llamado Max Neustädter. Él se encargó tras la unión conyugal del próspero negocio del primer marido de su esposa, un taller de fabricación de botones, y a él quería que se dedicase su hijo. Para conseguirlo lo inscribió en el colegio estadounidense de la capital alemana, donde esperaba que una educación basada en los valores del otro lado del Atlántico lo empujase a continuar como empresario en la fábrica familiar, pero ese no era el camino que deseaba tomar. Sus inquietudes eran artísticas y su rendimiento estudiantil escasísimo. Ni siquiera obligarle a practicar deportes servían para apartarlo del que parecía su porvenir.
Yva, la clave del futuro de Helmut Newton
Fue en la década de los años 30, aquellos en los que en la Alemania nazi comenzaba la persecución de los judíos, cuando los intereses del joven Helmut Neustädter —todavía no había cambiado su apellido— lo llevaron a comenzar como aprendiz en el estudio de la fotógrafa conocida como Yva, Else Ernestine Neuländer-Simon. Aquella mujer, conocida por su gran talento a la hora de fotografiar desnudos y moda, sería decisiva en el devenir creativo y profesional del tierno adolescente. Pero el nazismo comenzó a hacer de la persecución de los judíos una política de Estado más que activa. Desde primerizos boicots a sus empresas en los inicios de la década a persecución propagandística, prohibición del ejercicio de determinadas profesiones e incluso la expropiación de sus negocios. El hostigamiento se cernía sobre ellos, en los prolegómenos del Holocausto, y muchos decidieron marchar. Entre ellos, afortunadamente para él, Helmut.
© Helmut Newton EstateUna desgraciada huída del horror que, paradójicamente, lo encaminaría con no pocas dificultades a su exitoso futuro. Primero recaló en Singapur, donde la comisión encargada de los refugiados le encontró un puesto como fotógrafo en el periódico Straits Time. La experiencia no fue bien, el estilo del berlinés apenas encajaba en las pretensiones de la publicación y terminó siendo despedido. Tras el breve trabajo, un nuevo viaje. Esta vez hasta Australia, donde por su nacionalidad fue recluido en un campo de internamiento una buena temporada. La salida de aquella reclusión no era otra que alistarse en el ejército del país y en sus filas permaneció, sin pausa, hasta el final de la II Guerra Mundial.
Con el fin de la contienda se nacionalizó australiano, cambió Neustädter por Newton, comenzándose a llamar tal y como lo conocemos en la actualidad, y volvió a la fotografía. En Melbourne levantó un humilde estudio de fotografía, conoció a la que más tarde sería su esposa, June Brown, y trabajó para la edición australiana de la revista Vogue. Diecisiete años perduraría su estancia oceánica hasta que decidiese volver a la vieja Europa. Su primer destino sería Londres, donde pasó dos años trabajando para la edición británica de la misma revista de moda, y su segundo París — tras dos años de nuevo en Melbourne— donde alcanzaría su notabilísimo éxito.
La revolución sexual y la revolución del fotógrafo
Tras llegar a la capital francesa, comenzaron los años del estallido sexual. Aquellos tiempos en los que el sexo dejaba de ser tabú, la desnudez no causaba los severos impacto de épocas anteriores y la sociedad, en especial y naturalmente los más jóvenes, comenzaban a relacionarse de otros modos. Ahí llegó el punto de inflexión. Tanto trabajando por libre, como para firmas de moda o la Vogue francesa. La fotografía de moda que realizaba Helmut Newton sobresalía. Trataba como nadie a las modelos, sabía sacar de ellas exactamente lo que quería y lo hacía con una técnica que no necesitaba de artificios. Luz natural, apenas ningún retoque y blanco y negro. Sus instantáneas eran pura elegancia. Destilaban erotismo y sensualidad. Glamour, lujo y sofisticación. En unas explicaciones a su mujer, June, en un documental que esta le rodó, afirmaba:
Una buena fotografía de moda debe parecer cualquier cosa menos una fotografía de moda: un retrato, una foto de recuerdo, una de paparazzi...
Y de eso no cabía duda. Su arte trascendía lo visto hasta el momento. Newton estaba reinventando la fotografía de moda con imágenes atemporales, naturales e increíblemente impactantes. Escenas atípicas si las comparamos con lo visto hasta entonces. No había apenas obras idénticas. Huir del estudio, del fondo de color plano y el foco sobre la modelo era una norma. Captar el momento, la circunstancia y el detalle también. Ver a la mujer de forma distinta su máxima más importante. De hecho, él mismo explicó alguna vez que uno de sus recuerdos más añejos, cuando apenas tenía tres o cuatro años, era el de ver a su niñera semidesnuda frente a un espejo. Una imagen mental de lo más premonitoria.
Esa particular obsesión por la mujer, por su cuerpo desnudo, lo acompañó toda su vida. Desde que era un adolescente, cuando se quedaba impresionado en clases de natación con el torso de sus compañeras, especialmente cuando la anatomía se adivinaba tras los bañadores mojados; a su etapa adulta fotografiando prácticamente siempre mujeres de medidas consideradas canon. Altas y delgadas, sumamente elegantes, con gran porte y atractivas para la mayoría de los ojos.
© Helmut Newton EstateDesde entonces, desde que se convirtió en lo que es, su vida discurrió entre su residencia parisina, Nueva York y Milán por ser capitales de la alta costura, y su natal Berlín. Durante una de sus estancias en Nueva York en 1971, siendo ya toda una figura de la fotografía mundial y universal, le sobrevendría un ataque cardíaco que por muy poco estuvo a punto de arrancarlo de este mundo. Aquel grave percance provocaría que Helmut Newton tomase consciencia de su trabajo —todavía más— y se dedicase más allá de hacer fotos, a guardarlas. Se encargó de recoger sus instantáneas en libros, de mantenerlas en archivos, de catalogarlas y asegurar su futuro. Su primera obra publicada, White Women, sería todo un éxito. Se publicó en 1976 y abordaba con su visión la vida de las mujeres que se prostituían en la rue parisina de Sain-Denis, en quienes se había fijado tan pronto como llegó a la capital.
A este libro le siguieron Sleepless Nights en 1978; Big Nudes, con algunos de sus primeros desnudos integrales, en 1981; Helmut Newton: Portraits en 1986; o SUMO, en 1999, una obra titánica y de gran formato que se convirtió en el libro más caro publicado en el siglo XX. Alcanzó un precio de más de 400.000 dólares estadounidenses en una subasta celebrada en Berlín el 6 de abril del año 2000.
Y más allá de la fotografía, las mujeres y su esposa, solamente tenía sus coches. Era el tercero de sus amores. Y a lo largo de sus años más esplendorosos gastó fortunas en iconos automovilísticos. Poético resulta que la muerte le llegase, precisamente, a bordo de uno de ellos. En Los Ángeles, en el año 2004. Saliendo del hotel Chateâu Marmont, escenario de tantísimas fotografías del artista, se estrelló contra un muro de Sunset Boulevard con el Cadillac que conducía. Parece ser que un ataque cardíaco, de nuevo, tomó su vida en brazos. Y en esta ocasión la dejó caer. Un icono de la fotografía moderna, un artesano de lo analógico, se marchaba improvisadamente. La mayoría de sus fotografías, que requerían de cuidadosas planificaciones que podían durar días, con numerosas pruebas y ensayos, contrastaban con el triste desenlace. Ellas son su legado, donde Helmut Newton permanece vivo.