Hendrik Johannes Cruijff, más conocido en todo el mundo con el nombre de Johan Cruyff, fue un genio sin paliativos. Un revolucionario del fútbol. Un visionario del éxito. Poco menos que un dios. Nacido el 25 de abril de 1947 en la ciudad de Ámsterdam, se crió en un barrio de la periferia a no demasiada distancia del campo en el que disputaba sus partidos el Ajax. Con apenas diez años, de entre tres centenares de niños, fue el elegido para entrar en las filas infantiles del club holandés. Pasó por todas sus categorías, desempeñó tareas de limpiabotas y cuidador del vestidor, y tras la muerte de su padre, en 1959, encontró en el cuidador del campo de fútbol una figura paterna a la que seguir. Había hecho de aquello su casa y con 17 años debutaba en ella vestido de corto con los grandes, en la Primera Liga neerlandesa.
El salto lo daba de la mano del entrenador Rinus Michels, que tiempo atrás había comprobado en él dotes futbolísticas con una pequeña falta: su complexión. El Flaco, como tiempo después llegaría a ser conocido por algunos, no poseía la forma física necesaria para soportar las durezas de la profesionalidad. Por ello lo preparó, lo torneó con toda clase de ejercicios físicos y lo soltó en el campo un 15 de noviembre de 1964. En ese partido, disputado con el GVAV Groningen, encajó su primer gol, el único que su conjunto marcó en aquel enfrentamiento.
Aquella fue la primera piedra de una carrera meteórica, repleta de belleza futbolística, elegancia con el balón, subversión ante la autoridad, discreción y carisma. No era un jugador al uso ni pretendía serlo. No era nadie que quisiera dar ejemplo pero lo daba. Su lenguaje únicamente conjugaba el verbo del buen juego. Sus palabras eran toques de precisión quirúrgica, jugadas de las que levantan un estadio, goles que arrodillaban a porteros reconociendo a un maestro.
Del Ajax a la selección holandesa y al Barça como jugador
Con el Ajax Amsterdam, como jugador, marcó 269 goles, algunos de ellos todavía recordados, jugando en 364 partidos. El extremo, de posición y magistral juego, ganó con el conjunto holandés la Copa de Europa de 1971, 1972 y 1973, ocho títulos de campeón de Holanda, una Copa Intercontinental y una Supercopa de Europa. Y recibió también tres Balones de Oro otorgados entonces por la revista gala France Football, en 1971, 1973 y 1974, siendo el primero en conseguir tres de estos galardones. Los dos últimos, los del 73 y 74, los obtuvo ya en su segunda etapa futbolística como jugador, en el glorioso periodo que inició en el Fútbol Club Barcelona en la temporada de 1973-1974. En una época en la que el balompié patrio apenas había conocido a estrellas extranjeras, por las restricciones que hasta entonces se aplicaban, fue uno de los primeros gran astros en deslumbrar con su elegancia a una España necesitada de alegrías.
Poco antes había llevado a su selección nacional a la final del Mundial 74. La perdieron frente a la selección de la República Federal de Alemania, sí, pero se habían llevado por delante a Argentina con una prodigiosa actuación del propio Cruyff y en el 76 fueron terceros en la Eurocopa de Yugoslavia. La «naranja mecánica» se había convertido en los que era, en gran medida, gracias a él.
Ron Kroon (ANEFO) editada con licencia CC BY-SA 3.0 nlY en el Barça, aquella primera temporada, también fue protagonista de una leyenda particular. De un resultado famoso. Aquella 73-74, en la que llegaba a un equipo medio, sufridor, disputó 26 encuentros y metió 16 goles, y uno de ellos quedó para la historia. No tanto por cómo fue, sino por dónde fue. En el Bernabéu, con un 0-5 frente al Real Madrid. Con dos goles de Asensi, uno de Juan Carlos, otro de Sotil y otro tanto de él mismo. El equipo catalán comenzaba a crecerse y, tras su llegada, aquella liga no volvió a ver una derrota del conjunto y se coronó como vencedor. Era su primer Copa de la Liga como jugador, la de 73-74.
Johan Cruyff, que confesó entonces haber podido fichar por el Real Madrid un año antes pero no quiso, estuvo en el FC Barcelona hasta la temporada 77-78, año en el que también ganaron la Liga. En aquel momento surgió el holandés volador más reaccionario. Por discrepancias con la directiva se marchó. Recaló dos años en Estados Unidos, del 1979 al 1981, regresó a su Ajax para ganar dos nuevos títulos, y se volvió a marchar enfadado al eterno enemigo, el Feyenoord. Allí hizo un doblete ganando la copa del país y la Liga y colgó sus botas, con 37 años. Entonces nacía el Cruyff entrenador.
Cruyff como entrenador: el refrendo de su filosofía
Cuando el de Ámsterdam cambió el césped por el plástico del banquillo fue cuando, realmente, Cruyff llevó a cabo la transformación del fútbol en general y del Barcelona en particular. De la absoluta nada, creó con un esfuerzo mayúsculo un particular dream team que conquistó la final de la Copa de Europa disputada en el estadio de Wembley en 1992. Era el primer título continental importante conseguido por un equipo que se había reinventado. La manera de entender el fútbol mutó, el juego pasó a ser de toque, con una actitud de ataque, y sumamente elegante que ha llegado hasta nuestros días.
Destaca un dato que no tiene por qué significarlo todo pero da buena cuenta de la transformación. Hasta la llegada del técnico a las filas azulgranas el 4 de mayo de 1988 el conjunto de la Ciudad Condal había conseguido 42 títulos en poco más de 70 años. A partir de entonces, con el punto de inflexión que supuso y la marca imborrable que dejó, el estilo que marcó a fuego en Camp Nou, en menos de tres décadas se han ganado el mismo número de títulos. Con él la primera de las cinco Champions, una Supercopa de Europa, una Recopa de Europa, cuatro Ligas, tres Supercopas de España y una Copa del Rey. Once títulos a los que se suman los que han seguido gracias, inequívocamente, a los mimbres que él entrelazó. A entrenadores como Frank Rijkaard, el destacadísimo Pep Guardiola, Tito Vilanova y el ahora cabeza visible, Luis Enrique.
Nationaal Archief editada con licencia CC BY-SA 3.0 nlJohan Cruyff ha sido, es y será una leyenda. Superó la presión de ser uno de los mayores genios del balón a la altura de Di Stefano, Maradona o Pelé, sufrió un secuestro con su propia familia que le impidió jugar el Mundial 78, reponiéndose con fuerza después, e incluso fue nombrado mejor jugador europeo del siglo XX en 1999. Pasó de todo. Pero una vez retirado, tras haber pasado también por los banquillos de su querido Ajax o de la selección catalana de fútbol, se dedicó a la fundación que creó, el Cruyff Institute, y la mejora de la situación social de muchos chavales mediante el deporte. Lo hizo bien hecho. No tenía por qué, pero fue bueno como ninguno. En el campo, en la banda como técnico y en la vida como ser humano.
Cuando el mundo se enteró de que un cáncer de pulmón lo aquejaba, detectado en octubre del pasado año, pocos serían los que no golpearon con fuerza un balón imaginario que consiguiese encajar un tanto a la maldita enfermedad. Hace poco más de un mes, en febrero, habló de su batalla. Del encuentro de su vida. «Estoy ganado el partido 2-0». Desgraciadamente, seguramente en el tiempo de descuento, el marcador dio la vuelta. Johan Cruyff se fue. En Jueves Santo, el 24 de marzo de 2016, se apagaba su luz. Él, tan discreto, tan suyo, tan alegre, tan genio, no quería necrológicas ni grandes reconocimientos. No quería baños de masas en su muerte. No deseaba lloros generales. Pero como el hijo de la leyenda azulgrana reconoció en una rueda de prensa en la que agradecía las muestras de cariño, aquello no era posible aunque así lo quisiera. Jordi Cruyff, llamado así por su padre en honor al patrón de la Cataluña que tan bien lo acogió, lo explicó con una gran verdad: Johan no sólo es de los suyos, de su familia, «Johan es de todos».