En apenas unos meses Karl Lagerfeld cumplirá años. Más de 80 si hacemos caso a la fecha de nacimiento que figura en la mayoría de textos que sobre él pueden encontrarse en la red. O 78, si hacemos caso al año de nacimiento que consta en la biografía de la página web de su propia marca. Una desconcierto en torno a su edad y su precisa fecha de nacimiento que, seguramente, sea una gota en un mar de desconocimiento sobre una figura tan global, tan universal y, a la vez, tan enigmática.
El genio lleva alrededor de seis décadas en el mundo de la moda, trabajando incansablemente en la trastienda de firmas como Chanel, Fendi o la suya propia, y no tiene de momento intención de retirarse. Lo suyo —no hay lugar a las duda— es algo que se lleva en las venas. El diseñador está clarísimo que morirá con las botas puestas. O mejor dicho, si atendemos a su atuendo constante, con las gafas calzadas. Esas que siempre lleva, tanto si hace un sol radiante como si la noche es un pesado manto negro, «para observar sin ser observado». Es uno de sus métodos de inspiración.
Controvertido icono de la moda desde la segunda mitad del siglo XX, nació en la ciudad alemana de Hamburgo, en el seno de una acomodada familia cuando la madre superaba la cuarentena y su padre había alcanzado los sesenta años. Ella se llamaba Elizabeth, descendía de una familia noble alemana y se dedicó en el periodo de entreguerras a la venta de lencería en Berlín. Su padre, Christian, provenía de una notable saga de banqueros suecos y estaba redoblando su fortuna introduciendo en Alemania la leche en polvo, a través de su industria de productos lácticos.
El diseñador fue el único hijo en común de la pareja y aquella circunstancia propició, en cierto modo, que fuese un niño especialmente consentido como ha relatado en varias entrevistas. En la posguerra, tiempo de penurias especialmente para la infancia, sus padres le regalaron seis bicicletas. Lagerfeld relataba hace poco más de una década al The Guardian como, en lugar de compartirlas, cosa que no le gustaba, iba cada día a la escuela con una distinta. «Y los otros niños se ponían muy celosos».
Es una anécdota recurrente en sus conversaciones con la prensa, conocida ampliamente por su equipo como relataba el rotativo británico. Un hecho que lejos de provocarle quizás vergüenza o cierto arrepentimiento, afianza esa imagen sólida, de persona contracorriente, despegada del resto e independiente. Es parte, dirán muchos, de su atracitvo.
Los comienzos en el mundo de la moda
Karl Lagerfeld mostró su interés por el diseño y la moda desde bien pequeño. En el colegio criticaba las vestiduras de sus compañeros y en casa recortaba fotografías e ilustraciones de las revistas de moda. Aquel despertar, cuasi intuitivo, lo llevó durante la adolescencia a tomar una importante decisión: trasladarse a París, la capital de la alta costura. Tuvo la bendición de sus padres y recaló en el país galo. Allí terminó sus estudios primarios y tan pronto como quedó libre de responsabilidades académicas comenzó a crear, a esbozar y diseñar. Fue poco tiempo después cuando decidió presentarse a un concurso organizado por el Secretariado Internacional de la Lana. Sus diseños al principio no consiguieron el éxito, y de hecho fue derrotado por otro gran nombre de la moda, un jovencísimo Yves Saint Laurent, pero en siguientes intentos resultó vencedor.
El éxito cosechado le valió darse a conocer entre varias firmas y diseñadores destacados del momento, poder demostrar lo que sabía hacer y, finalmente, meter un pie de forma profesional en el complejo mundo del dedal y las tijeras. Fue en la firma Pierre Balmain, comandada por el diseñador Pierre Alexandre Claudius Balmain. Comenzó como asistente y más tarde escalaría hasta quedarse como aprendiz. Pero su primera experiencia no duró demasiado porque, tres años más tarde, la casa Jean Patou le ofreció ser su director creativo y él no tuvo duda en aceptar el puesto.
Tiempo más tarde le llegó el momento a la moda prêt-à-porter. La moda de la boutique, aquella que la clienta se probaba y se llevaba a casa. Sin tomar medidas, sin nada a medida. La de las prendas producidas en serio con patrones cambiantes por temporada. Aquel momento coincidió con el despegue en solitario de Karl Lagerfeld como diseñador independiente en países como Francia, Reino Unido, Alemania o Italia. Con sus colaboraciones en las colecciones de marcas como Chloé o Fendi. Esta última, para la que empezó a trabajar en 1965 con colecciones de moda «para llevar», todavía forma parte de su día a día.
Karl Lagerfeld como revulsivo de Chanel, como firma y como genio
En 1983 el diseñador alemán había llamado la atención de los propietarios de Chanel. Eran horas bajas para la gran firma de moda y complementos, tiempos de penurias en los que apenas nadie llevaba ya sus diseños. Tiempos en los que se pensaba en vender la marca. A Lagerfeld se le ofreció vía libre, carta blanca para diseñar a placer. Los dueños tenían el convencimiento de que él iba a ser la salvación, de que era la última baza y la definitiva, pero si todo saliese mal, si no hubiese solución siquiera con sus creaciones, pondría a la venta el imperio. Pero el éxito, tal y como preveían, llegó.
Su actitud siempre reactiva, ese ánimo por cuestionárselo todo, por darle la vuelta a la realidad, por reinventar lo inventado, por ver estéticas alternativas, revivió a Chanel. Fue un soplo de aire fresco, la marca se rejuveneció de la noche a la mañana, el mundo de la moda y el lujo comenzaban a dejar de darle la espalda y, de nuevo, se reafirmaba su supremacía icónica y atemporal.
OFFICIAL LEWEB PHOTOS editada con licencia CC BY 2.0Fue también en aquella misma época, apenas un año antes de la llamada de la francesa, cuando se lanzó con su propia marca de moda. En torno al concepto de lo que llamó «la sensualidad intelectual», desarrolló su estilo inequívoco, intrigante e incluso a veces extravagante. Y todo, sin dejar Chanel y continuando sus colaboraciones con otras marchas. Entre 1992 y 1997, de hecho, volvió a poner su nombre a las colecciones de Chloé y, más recientemente, en los 2000, llegó incluso a trabajar para la moda de masas diseñando varias piezas para la cadena H&M.
Pero Karl Lagerfeld es un ser incansable. Nunca le ha bastado conseguir éxitos inauditos, maravillar al mundo, revolucionar el mundo de la moda. Siempre ha querido más y ha hecho más como diseñador de moda, pero también como fotógrafo, como editor, como diseñador más allá de los tejidos e incluso como director cinematográfico. La fotografía, de hecho, es parte intrínseca de su vida y sus campañas se ilustran con sus instantáneas. De hecho, ha llegado a afirmar que no puede ver la vida sin la visión de la fotografía, «miro el mundo y la moda con el ojo de una cámara». Dice que le permite mantener una distancia crítica con sus creaciones, «me ayuda a más de lo que jamás podría haber imaginado».
El alemán, «el káiser de la moda» como es apodado en numerosas ocasiones, podría resumir su existencia, su obra, su legando, su forma de ser, su modo de vivir y su existencia en una frase que ha repetido más de una vez. Una oración que en cierto modo, aunque no sabemos si lo ha expresado de tal modo alguna vez, seguramente sea su máxima ante cualquier cosa:
Lo que realmente me gusta es lo que nunca he hecho antes.