Cuando a un jovencísimo Cassius Marcellus Clay, Jr. le robaron la bicicleta, no dudó en hacérselo saber a un policía y manifestarle sus particulares deseos de impartir justicia. «Azotaré al ladrón», aseguró el niño de 12 años al oficial. Este, agente de la ley pero también entrenador de boxeo, le sugirió que antes de enfrentarse a una pelea aprendiese a boxear. El que en pocos años se convertiría en Muhammad Ali, a tan tierna edad, aceptó. Así comenzaba una historia real de superación, alejada de cualquier ficción, que bien podría haber salido de las páginas de una gran novela.
Porque el relato vital de esta estrella del deporte, considerado por muchos el mejor boxeador de todos los tiempos, se encuentra marcado a fuego por su condición de negro, su lucha en pro de los derechos civiles, las sombras que en ocasiones se posaron sobre su dorada trayectoria y ser, en gran medida, una personificación del Estados Unidos en que vivió. Siendo objeto además de ríos de tinta, en páginas de periódicos y libros. No pocos dicen que el boxeo es el deporte más narrable de cuantos existen y Ali, sin duda, es uno de los mejores personajes.
Creciendo con los guantes puestos
Nació un 17 de enero de 1942 en Louisville, Kentucky. En una época en la que tener la piel oscura en el país de las oportunidades significaba ser un renegado. Servir y callar. Agachar la cabeza y evitar meterse en problemas, aunque fuesen directamente con uno. Significaba ser asesinado, a sangre fría, por dirigirse a una persona blanca en términos poco corteses. La muerte del joven afroamericano Emmett Till por silbarle a una mujer blanca, de hecho, fue uno de los sucesos que con mayor intensidad marcaron su vida tal y como reconoció con el tiempo. No tener la piel clara era sinónimo, también, de estar abocado a terminar mal.
Sin embargo, el pequeño Cassius tuvo relativa suerte. Su temprana entrada en el mundo del boxeo, que empezó a ocupar gran parte de su vida, y haberse criado dentro de la iglesia bautista, teniendo la lectura de la Biblia como algo del día a día, lo apartaron de las calles y la violencia reinante. Tanto fuera, como dentro de su casa. Porque en ella se vivían desgraciados episodios de malos tratos protagonizados por su padre, dado al abuso del alcohol, y ejercidos contra su madre, una trabajadora doméstica a quien Ali siempre profesó un profundo respeto y afecto.
El primer combate al que se enfrentó, sin importancia alguna, lo perdió, pero lo irrelevante de aquel resultado no provocó una indiferencia en el futuro deportista. La derrota fue un aliciente para entrenar casi de forma obsesiva. No salir del ring hasta que las fuerzas le impidiesen siquiera dar un paso. Ese esfuerzo, demasiadas veces sobreesfuerzo, lo llevó a destacar en el boxeo amateur muy pronto. Hizo su debut en 1954, consiguió seis títulos de Kentucky Golden Gloves, dos títulos nacionales de Golden Gloves, un título nacional de la Amateur Athletic Union, así como la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 1960 celebrados en Roma en la categoría de semipesados.
A la conquista del boxeo profesional y de los derechos civiles
Tras el triunfo olímpico y su notable etapa de aficionado, en la que se cuentan alrededor de cien victorias por menos de diez derrotas, dio el salto a la profesionalidad. Aunque el país apenas apreció su victoria al otro lado del Atlántico, sí lo hicieron los ciudadanos de Louisville, que lo recibieron en el aeropuerto, le dieron un homenaje en la escuela local y lo apoyaron a la hora de abandonar el boxeo amateur y emprender el futuro para el que parecía estar destinado.
Debutó el 29 de octubre de 1960 en su ciudad natal, en el recinto conocido como Freedom Hall, ante un policía diez años mayor, con una treintena de peleas en su haber y más experiencia, Tunney Hunsaker. Cassius ganó el combate tras seis asaltos, por decisión unánime de los jueces, y dio comienzo a su ascenso definitivo hacia lo más alto. Ese mismo año, dos meses después, el renombrado entrenador Angelo Dundee se haría cargo de su carrera.
Tras varias peleas ganadas más, con un número significativo por nocaut, un combate de nuevo en Louisville contra Alonzo Johnson sería televisado de costa a costa. No era habitual que el medio televisivo se fijase en un boxeador como él, novato en las lides de élite, pero tras aquel interés se escondían los empresarios del Madison Square Garden, cuyo olfato pocas veces fallaba.
Así, el invierno siguiente, el joven Clay llegaba a Nueva York para competir por primera vez en la ciudad, en el emblemático pabellón deportivo de Manhattan. Allí las cosas no le fueron demasiado bien contra Sonny Banks, quien por primera vez lo tiró a la lona, pero en el cuarto asalto resultó ganador por nocaut técnico. Fue cuando su sobresaliente capacidad de recuperación salió a relucir. Cuando se vio que aquel novel negro era mucho más de lo que todos creían.
Fue también en aquella época cuando comenzó a destacar por sus quehaceres fuera del cuadrilátero. Cuando inspirado por el luchador Gorgeus George, que solía pronosticar en entrevistas cómo iba a acabar con sus rivales, comenzó a propinar toda clase de declaraciones previas a los combates, como si de golpes morales a sus rivales se tratasen. En la primera pelea contra Sonny Liston, Clay llamaría al entonces campeón mundial «oso horrible», «vago» y le aseguró que se lo «comería vivo». Todas aquellas lindezas, por las que fue sancionado, no le bastarían. Poco después, todavía antes del evento, pronunciaría una de sus frases más populares:
Flotaré como una mariposa y picaré como una abeja
Tras ganar aquel histórico enfrentamiento y alzarse con el título de campeón mundial, el día siguiente sorprendió a todos anunciando su adhesión a la organización política, social y religiosa Nación del Islam, su conversión a esta confesión y el cambio de su nombre. Abandonaba el de Cassius Clay, el que decía era su nombre de esclavo, y abrazaba el de Muhammad Ali, que significa "el amado de Dios", conferido por el líder del movimiento, Elijah Muhammad. Fue la forma que tuvo, en aquel momento, de defender su condición. De defenderse de la segregación. Aunque se hubiese posicionado justo en el extremo contrario.
Volvería a enfrentarse a Sonny Liston, pelearía también con Floyd Patterson, George Chuvalo o Henry Cooper, y en el 1967, tras su negativa a enrolarse en las fuerzas armadas estadounidenses para combatir en la guerra de Vietnam, le fueron retiradas todas las licencias y dos grandes títulos conseguidos. Había sido descartado dos años antes, pero en 1966 se le consideró apto y fue llamado a filas. Ali se negó, se declaró objetor de conciencia y pronunció una de sus alocuciones más recordadas: «Pregunten todo lo quieran sobre la guerra de Vietnam, siempre tendré esta canción: "No tengo problemas con los Viet Cong… porque ningún Viet Cong me ha llamado nigger"».
Con 29 victorias sin ninguna derrota, siendo 22 de ellas conseguidas por nocaut, ponía punto y aparte a su historia en el cuadrilátero. El boxeador más famoso de todos los tiempos no se pondría los guantes hasta tres años y medio después, con unas posiciones políticas más moderadas, convirtiéndose además en el futuro en embajador de buena voluntad de UNICEF. Pelearía varias veces contra el mítico Joe Frazier, también contra Ken Norton, hasta llegar al tan recordado combate contra George Foreman en 1974.
Con los pronósticos en contra, la crítica en contra… sin ninguna previsión de poder ganar contra el invicto tejano, ganó. Muhammad Ali, tras recibir numerosos golpes durante la refriega, demostrando una resistencia desbordante y en el octavo asalto acabó con Foreman, proclamándose ganador. Era el segundo boxeador de la historia en ser coronado como campeón mundial indiscutido del peso pesado por segunda ocasión.
La retirada
Convertido en absoluta leyenda, el 29 de junio de 1979 anunciaría su renuncia en Los Ángeles. «Estoy exhausto, no tengo nada que probar... creo que es lo mejor, retirarme como campeón... como el más grande. Creo que esto significa mucho para los afroamericanos y también para la historia», diría. Un año después cambiaría de opinión para enfrentarse a Larry Holmes, resultando vencido, igual que cuando se enfrento a Trevor Berbick, en el 81. Finalmente, su retirada definitiva se saldaría con cincuenta y seis victorias, treinta y siete por nocaut y diecinueve por decisión, acumulando cinco derrotas, de las cuales una fue por nocaut técnico y las cuatro restantes por decisión.
Monkey Mancheeks editada con licencia CC BY-SA 2.0Desde aquel momento, Muhammad Ali se dedicaría a causas filantrópicas, realizando una importante labor humanitaria y benéfica apoyando todo tipo de causas tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, llegando incluso a mediar en liberaciones de rehenes a mediados de los ochenta y en los noventa en el Líbano e Irak. En 1984 sería diagnosticado de la enfermedad de Parkinson, probablemente provocada según el equipo de médicos que lo trataba por los traumatismos sufridos a lo largo de su carrera deportiva, y este se convertiría también en otro de sus frentes de batalla. Dejó para la historia organizaciones como el Muhammad Ali Center, que se encarga de fomentar los valores cívicos en la sociedad, y el Muhammad Ali Parkinson Center, destinado al tratamiento de la afección que él mismo padeció.
El boxeador más aclamado, uno de los más queridos, seguramente el más conocido, se fue hace escasos días, el 3 de junio de 2016, en el hospital de Phoenix, Arizona, en el que había sido ingresado por problemas respiratorios. Ese viernes se iba el mejor púgil de todos los tiempos, ese que con su fragilidad en el ring, haciendo todo lo que no había que hacer descuidando en apariencia su defensa, ganaba. Ese que se subió por primera vez a un avión con un paracaídas al lado, por temor a sufrir algún percance y no tener cómo llegar al suelo entero. Ese, que pese a tantas debilidades, demostraba con su verbo una seguridad apabullante. Ese que luchó por la igualdad. Por el derecho a ser uno más.
Ha muerto Muhammad Ali, una figura deportiva, social, política y cívica. Y ha nacido un mito.