Ralph Rueben Lifshitz nació el 14 de octubre de 1934 en el Bronx, uno de los distritos más populares de la ciudad de Nueva York. El menor de cuatro hijos de un matrimonio de inmigrantes judíos, procedentes de la actual Bielorrusia, vivió una infancia sin lujos, más bien humilde. Su padre era pintor de brocha gorda y la vida acomodada de la que disfrutaban tantas personas no demasiado lejos de su barrio, en las calles más distinguidas y opulentas de la oficiosa capital del mundo, le era completamente ajena. Aunque, no por ello, renunciase a aspirar con todas sus fuerzas a ser uno más de ellos.
Porque Ralph Lauren, como terminaría llamándose más adelante, cuando abandonó el apellido paterno para adoptar quizás uno más acorde con su nuevo entorno, tenía bien claro desde que era un niño que su mayor ambición pasaba por convertirse en una persona adinerada y poderosa. Fue ya convertido en diseñador, con un gran emporio bajo sus pies, cuando en una entrevista relató qué fue lo que incluyó bajo su fotografía en el anuario del instituto. En el espacio reservado a la profesión a la que aspiraban, el neoyorquino lo tuvo claro:
Millonario
Seguramente con ese objetivo en mente, tras graduarse en sus estudios secundarios, optó por estudiar empresariales en el Baruch College de The City University of New York. Las fantasías que había imaginado siendo un adolescente, viendo a estrellas de cine de la talla de Cary Grant o Fred Astaire como modelos a seguir, las veía plausibles si encaminaba sus pasos a emprender. Sin embargo, parece que abandonó los estudios antes de concluirlos. Aunque la historia no está del todo clara, ya que habitúa a rechazar hablar de sus raíces y juventud. Tras esta experiencia académica le siguió el servicio militar y, por fin, aunque seguramente él no lo supiese en aquel momento, la oportunidad de su vida.
Las corbatas fueron la clave
Lauren comenzó a trabajar en la década de los sesenta como asistente de ventas en las prestigiosas tiendas de moda masculina Brooks Brothers, para luego pasar, ya como vendedor de primera línea, a una compañía vinculada. Fue en ella, apenas un lustro más tarde de su entrada en el mundo laboral, cuando decidió llevar a cabo sus propias creaciones. En aquel momento las corbatas solían ser estrechas, finas, y él decidió confeccionar unas con una mayor anchura, totalmente contrastada con la corriente actual. Hechas, además, de forma artesanal, completamente a mano, con materiales de suma calidad, llamativos y lujosos. Deslumbraban.
Fotografía cortesía de Edgar de Evia y David McJonathan con licencia CC BY-SA 3.0Presentó su idea a la empresa para la que trabajaba y no hubo suerte: no las vieron económicamente rentables. Pero creía en ello, sabía que sus corbatas podían gustar a los caballeros de clase alta a los que pretendía dirigirse, y decidió establecerse por su cuenta y riesgo. Era un gran paso. Nacía la marca Polo y la primera boutique de corbatas de Ralph Lauren, su primer negocio propiamente dicho. El éxito, naturalmente, no se hizo esperar.
Cerró acuerdos con otras pequeñas tiendas dedicadas a la moda masculina de lujo. Distribuyó eficazmente sus lazos en los establecimientos donde sabía que llegaría a su público objetivo. Y llegaron los frutos. En poco tiempo estaba obteniendo beneficios. Con ellos en el bolsillo, tocaba dar un paso más. Ahora a por ropa. Y concibió la que se iba a convertir en una de sus señas de identidad, el polo. Una prenda de punto, con forma de camiseta y con cuello, con dos o tres botones para ajustar su abertura. Tomaba el diseño creado por el tenista René Lacoste y le imprimía su estilo. Fue otro éxito.
Marcar un estilo único fue su camino a lo más alto
Esos pasos firmes, decididos, yendo a lo concreto y ofreciendo a los clientes justo lo que demandaban fueron la clave. Porque no buscaba llegar a las masas, ni siquiera a determinadas clases pudientes tradicionalmente ubicadas en ese estatus. Lo suyo, más bien, era ofrecer el vestuario a los nuevos ricos. A aquellas gentes que, como ha afirmado en alguna ocasión, no disponían de la seguridad a la hora de vestir que proporciona la experiencia de haberlo hecho siempre así. De saberse con estilo de forma natural.
Él les ofrecía una vestimenta que, sí o sí, sin discusión, iba a hacerles parecer lo que querían ser: personas con clase, con buen gusto, «de fortuna antigua». Un estilo clásico, pero atemporal. Elegante y al mismo tiempo lo suficientemente flexible para adaptarse a todo tipo de situaciones, como demuestra el estilo náutico, que popularizó. Lo hizo primero con sus corbatas, luego con sus polos, brindando un modo de vestir informal que no abandonaba las formas, y más tarde con las colecciones completas tanto masculinas como femeninas. El ascenso a lo más alto se había producido.
Fotografía cortesía de josephdepalma con licencia CC BY 2.0De una oficina en una zona pudiente, una apuesta arriesgada para acceder a su público con un único producto, pasó a domar un imperio con establecimientos repartidos por todo el mundo y una oferta variada. Su particular conquista de los denominados wasp —blancos, anglosajones y protestantes— se había consumado. Estados Unidos y el mundo querían vestir ese lujo, marcar elegancia con una prenda del jugador de polo a lomos de un caballo en plena disputa deportiva.
Ralph Lauren, la marca, llega en la actualidad a más de ochenta países. Sus colecciones son visibles en las clases altas y en las que aspiran, en cierto modo, a alcanzar ese estatus. La firma, además, ha trascendido el mundo de la moda y ha expandido su marca a perfumes, accesorios de todo tipo e incluso mobiliario de lujo. El chaval que en el instituto afirmaba sin tapujos que quería ser millonario ahora es una de las mayores fortunas del mundo de la moda. A sus 75 años puede presumir de haber dejado atrás un gran legado. De haber conseguido los objetivos que se había marcado y, al mismo tiempo, haber causado un impacto en la sociedad.