Cuando era solamente un niño, Richard Charles Nicholas Branson criticó a alguien y sus padres lo castigaron. Debía ir a su habitación, encerrarse y contemplarse en un espejo durante cinco minutos. Cada vez que la historia se repetía y hacía comentarios inoportunos sobre un tercero, el niño volvía a ser mandado a su habitación. Aquello no era muy divertido que digamos, reconoce el carismático empresario cuando relata la historia, pero fue el consejo más importante que le han dado en toda su vida y es una máxima que aplica a su vida personal y profesional. Dejar hacer, permitir los errores, no señalarlos y, cuando se hagan cosas buenas, entonces sí, destacarlas con elogios. Y parece que esa actitud contracorriente, que continúa manteniendo si se descubre a sí mismo enjuiciando a alguien, le ha dado buenos resultados.
Richard Branson, como es conocido por todos, es una de las primeras fortunas del Reino Unido y el orgulloso poseedor de la omnipresente marca Virgin, que gestiona desde gimnasios a líneas aéreas pasando por viajes al espacio, telecomunicaciones o discográficas. Y precisamente con un disco alzó el vuelo, un instante construido a base de perseverancia, auténtico olfato empresarial, una filosofía vital totalmente transgresora y el ánimo de superar los escollos más complejos. Contra viento, marea y lo que se pusiese por delante. Desde ligarse a la hija del director del colegio, cosa que la valió una expulsión, a llevar valores del mundo hippie a los negocios, tal como suena. Pero las historias hay que comenzarlas por el principio, y la del magnate inglés no podría iniciarse de diferente manera.
De una revista estudiantil a los inicios de Virgin
La anécdota del romance con la extirpe del rector de su centro educativo no es baladí. Ni una historia de la que alardear. Es real y es en parte responsable del hoy que vive. La chica no destacaba especialmente en nada más allá del parentesco, no era la más guapa de la clase, según dicen, ni una compañera especial de la que sencillamente estuviese enamorado. Para el joven Branson aquella chica era sencillamente un reto a batir, aunque suene triste. Que batió. Aunque le valiese la expulsión del colegio, a pesar de ser retoño de un abogado y nieto de un magistrado de la Corte Suprema del Reino Unido.
Aquella circunstancia terminó por motivar el abandono de sus estudios, en los que no había sido nunca demasiado bueno debido en parte a su dislexia, y se marchó al ferviente centro de Londres. Porque pese haber nacido allí mismo, no era lo mismo un tranquilo barrio a las afueras que las bulliciosas calles y callejuelas del corazón de la ciudad, repletas de activistas, hippies y gente con ganas de pasarlo bien. Y menos la comuna en la que se instaló. Fue allí, con 16 años, donde fundó su primer negocio exitoso —al menos en popularidad—: la revista Student.
Ric Manning editada con licencia CC BY 3.0El primer número se publicó en 1968 y su objetivo no era otro que ser la alternativa a las clásicas y habitualmente aburridas publicaciones estudiantiles juveniles de la época, ser la voz de quienes luchaban por la educación o se implicaban políticamente en contra de las guerras que por entonces se libraban. Un medio recién nacido, en algunos aspectos cuasi amateur, consiguió llevar a sus páginas a personajes tan ilustres como Mick Jagger, Jean-Paul Sartre, James Baldwin o John Lennon. El magazine se leía, se distribuía con profusión. Pero los números no terminaban de salir, la revista no hacía dinero.
Fue cuando la publicación languidecía sin freno, en aquel tiempo, cuando a Branson se le encendió la bombilla y pensó publicar en las últimas páginas de la publicación anuncios de venta de discos por correo. Parecía una idea sencilla, sin mucha trascendencia, pero comenzó a ser todo un éxito. En poco tiempo estaba ganando dinero. Sus viajes a través del Canal de la Mancha comprando discos de saldo para luego venderlos empleando el servicio postal funcionaba, aunque le valiese una detención y el pago de una importante multa. Así que con dinero en el bolsillo, montó una tienda de discos física y en poco tiempo, apenas un lustro después de comenzar con la revista, había cambiado el sector de la comunicación por el discográfico, pasando a regentar con 23 años varias tiendas, un estudio de grabación y un sello propio. Nacía Virgin.
Virgin: la marca que lo puede —cuasi— todo
El nombre que se ha convertido en verdadero emblema, símbolo de un empresario de los más exitosos y reconocibles, no hacía otra cosa que dejar patente lo nuevos que eran él y los primeros socios que lo acompañaron en los negocios musicales. Eran vírgenes empresarialmente hablando y les pareció oportuno que su denominación comercial así lo revelase. El primer lanzamiento de Virgin Records fue el álbum Tubular Bells, de un novel Mike Oldfield. Y no puedo ser más sonado. Recién salido, escaló hasta lo más alto en las listas de ventas. A él le siguieron arriesgadas pero provechosas apuestas como la que firmó con los Sex Pistols o con grupos de música vanguardista. A las canciones y los discos de Virgin Records le siguió, en el año 1984, la puesta en marcha de su compañía aérea, Virgin Atlantic Airways. A esta, en el 93, la entrada en el negocio ferroviario británico con Virgin Trains. En 1999, con el avance de las telecomunicaciones, llegó su propia compañía telefónica, Virgin Mobile.
Land Rover MENA editada con licencia CC BY 2.0Y le han seguido a lo largo de los años, y entre tanto, otras tantas empresas. Pequeñas y no tan pequeñas compañías aéreas locales en países como Bélgica, Nigeria o Estados Unidos, el lanzamiento de una cola bajo la marca Virgin, también un vodka, globos aerostáticos, agencias de viajes, bancos, combustibles, clínicas médicas e incluso una compañía dedicada a vender vestidos de novia y organizar bodas.
Y en 2004 el que seguramente ha sido el último de sus anuncios más mediáticos: los viajes turísticos espaciales, la creación de la compañía Virgin Galactic. Se trataría de vuelos en el espacio suborbital con naves espaciales que inicialmente estuvieron financiadas por el cofundador de Microsoft, Paul Alles, y diseñadas por el ingeniero aeronáutico Burt Rutan, conocido por haber creado entre otros el Voyaguer, el primer avión que dio la vuelta al mundo sin realizar ninguna escala ni recargas de combustible. Reconocidos rostros mundiales como Stephen Hawking, Angelina Jolie o Russell Brand tienen reservada su plaza prácticamente desde el principio y aunque los plazos se han dilatado sensiblemente, más si cabe tras el siniestro de una de sus naves de pruebas con fallecimiento de un piloto incluido, todo sigue adelante. Pronto, él al menos así lo cree, llegará al espacio con sus turistas.
La cara excéntrica de un particular genio
Richard Branson, que tiene la condición de caballero de la Orden del Imperio Británico, es decir, de sir, se confiesa como una persona «muy tímida». Incapaz muchas veces de mantener la mirada con un periodista que lo esté entrevistando. Enormemente nervioso a la hora de pronunciar discursos frente a una concurrida sala. Y sin embargo, la imagen que mucho tienen de él es la de un empresario capaz de salir del mar con una chica ataviada con un bikini en brazos. La de una persona que reparte zumo de naranja en uno de los vuelos de su aerolínea como si formase parte del equipo de atención a bordo. O capaz de vestirse de mujer, maquillarse de forma exagerada e incluso dicen que depilarse las piernas, con tal de promocionar algún nuevo lanzamiento y arremolinar a la prensa a su alrededor.
flowcomm editada con licencia CC BY 2.0Pero el personaje forma parte de la persona y la persona forma parte del personaje. Es el mismo Branson el que rehúye los focos en algunos momentos y los eclipsa en otros. El mismo que no se da extravagantes lujos en la vida diaria, pero se compra una isla en el Caribe, la Necker Island. El mismo que alardea en público de sus fiestas, su desenfreno y su afición a las mujeres pese a su feliz matrimonio, pero el que se marcha pronto a casa, se levanta a las seis de la mañana y está en una forma estupenda para batir récords mundiales a bordo de globos aerostáticos que cruzan el Atlántico. El mismo que ha fijado su residencia familiar en un archipiélago paradisíaco —en sentido literal y fiscal— para pagar menos impuestos, según apuntaron numerosos medios, pero está comprometido con el medio ambiente, el fin de conflictos armados y la vuelta de la riqueza, en cierto modo, a la sociedad.
Richard Branson es sin duda un gran empresario. Es también un gran vendedor. Una persona que con sus contrastes, sus contradicciones y sus pequeñas o no tan pequeñas locuras, ha conseguido siempre lo que ha deseado. O al menos lo ha intentando con todas las fuerzas. Y lo ha compartido, a su manera, con los que ha tenido cerca. Bien fuese repartiendo entre sus empleados una indemnización que British Airways tuvo que pagarle por un litigio, bien sea permitiendo días de vacaciones a placer, sin límite, a esos mismos trabajadores. Y sin criticar a nadie, siendo siempre positivo. Quizás por todo ello, contra todo pronóstico, sea quien es hoy en día. Por todo ello haya conseguido todo lo que tiene y siempre dibuje una sonrisa en su cara. No solamente el dinero proporciona bienestar. Como Sir Branson tituló recientemente uno de sus textos...
¿Mi métrica para el éxito? La felicidad.