Hay ocasiones en las que no es necesario inventar desde la nada. No hay que obsesionarse pensando en algo que a nadie se le haya ocurrido antes. No necesariamente hay que crear lo nunca imaginado. A veces, con escuchar, basta. Thomas Burberry, hijo de agricultor, lo sabía bien. Y en ello basó el éxito que ha llevado su apellido hasta nuestros días como nombre de una de las casas británicas de moda de lujo más populares.
Nacido un 27 de agosto de 1835 en Brockham Green, una zona localizada en el condado británico de Surrey, pasó su época estudiantil más temprana en la escuela primaria del pueblo. Cuando concluyó su enseñanza más esencial, su padre le buscó un puesto de aprendiz en el taller de un pañero local. Apenas un tiempo después, con la lección bien aprendida, abrió una tienda de ropa especializada para gente del campo en una población cercana, Basingstoke. Era 1856 y tenía 21 años. Nacía Burberry.
Su capacidad para saber prestar atención a la gente del campo, atender sus necesidades, las mismas que tenía su padre sin ir más lejos, hicieron que el negocio prosperase de forma notable en muy poco tiempo. En tierras tan húmedas como las inglesas, especialmente le preocupaban las clásicas batas que los agricultores llevaban a las explotaciones, y se esforzó en ofrecerles una más amplia variedad de prendas con las que igualmente podrían protegerse de las inclemencias del tiempo y trabajar con comodidad.
En busca de un tejido a prueba del tiempo
Fue en ese momento cuando el joven entró en contacto directo con diferentes fabricantes textiles del país. Quería experimentar con ellos, ensayar con nuevas fibras y tejidos, encontrar uno que resistiera mejor la intemperie y fuese además significativamente económico. De encontrarlo, sería de igual forma perfecto para los hombres de clases medias y altas que por entonces desarrollaban un creciente interés por las actividades deportivas y al aire libre. Ellos eran, en esa segunda mitad del siglo XIX, el grueso de individuos consumidores de moda.
Mientras sus experimentos no cesaban, Thomas Burberry se casó en 1858 con su primera mujer, Catherine Hannah, hija de un curtidor. Con ella tuvo dos hijos, Thomas y Arthur, que en 1885 se incorporaron a la empresa junto a R. B. Roll, que asumiría las tareas relacionadas con la publicidad de la compañía y la dirección de la venta al por menor. La razón por las que tantas manos reseñables se sumaron a las del fundador y sus ya muchos empleados obedecía a un hecho: un año antes, el 1884, tanto tiempo de esfuerzo había dado resultado. El tejido que Burberry había buscado incansablemente había sido por fin creado. La gabardina, la tela que después daría nombre a la prenda, era una realidad.
La asociación de Burberry con la épica
A partir de 1889 su hijo Arthur se encargó de consolidar la atención que la marca prestaba a los estratos más pudientes de la sociedad, dejando en un segundo plano a la gente del campo. Abrieron en 1891 una tienda insignia en el número 30 de la Haymarket Street de Londres, que continúa operando todavía hoy, y organizaron de forma significativa su propia logística. Todo ello propició, como colofón, que entre el 1900 y el 1914 levantasen la persiana en Nueva York, Buenos Aires, París y Montevideo varias sucursales de la marca. La internacionalización estaba en marcha.
El ánimo de fidelizar a los clientes y crear una buena imagen terminó por concretarse en la importancia que Burberry comenzó a darle a la publicidad y la promoción en toda clase de soportes. El encargo en la materia dentro de la empresa, R. B. Rolls, lo tenía claro. Debían asociarse de forma indefectible con personalidades heroicas, épicas, que protagonizasen toda clase de epopeyas, y la mejor forma de hacerlo era mediante patrocinios.
Una de las primeras figuras patrocinadas, si no la primera, fue el explorador británico Frederick George Jackson, especialmente recordado por su expedición al archipiélago de Fritjof Nanse y los mapas que realizó del círculo polar ártico, que vistió prendas de Burberry.
A él le seguirían el célebre aviador Claude Grahame-White, que fue el primero en volar de Londres a Mánchester en menos de 24 horas; Roald Amundsen y su equipo, las primeras personas en llegar al Polo Sur; otro explorador como Ernest Shackelton en la Expedición Imperial Transantártica; y más aviadores como el capitán John Alcock y el teniente Arthur Whitten Brow, que realizaron el primer vuelo transatlántico sin escalas en sólo 72 horas, Bert Hinkler, quien fue el primero en volar en solitario desde Inglaterra a Australia, y Tom Campbell-Black y Charles William Anderson Scott, quienes batirían un récord de tiempo en la Carrera aérea MacRobertson.
Todos ellos, del primero al último, se vistieron de Burberry en sus hazañas.
Thomas Burberry sabía que aquel camino que habían tomado sus hijos iba a conducir su legado hasta buen puerto. A las puertas de finalizar la Primera Guerra Mundial, en la que la marca también equipó con ciertas prendas a los militares británicos, el fundador se retiró en 1917 a Abbots Court, una pequeña población en el condado de Dorset, en el que dedicó sus últimos años de vida a causas religiosas y humanitarias.
Casado con su segunda mujer, María, moriría en 1920 en su domicilio de Crossways, en Hampshire, dejando tras de sí un gran imperio de la moda que a día de hoy perdura adaptado a los tiempos pero conservando la esencia. Como a él le hubiese gustado.