Una lo recuerda hace una década posando elegantísimo en la portada de la revista Vanity Fair, de traje, con la camisa abierta y el pecho al descubierto, junto a las bellezas Keira Knightley y Scarlett Johansson desnudas, inmaculadamente celestiales a su lado, y se explica muchas cosas. Cómo este tejano nacido en Austin hace más de medio siglo —aunque no lo parezca—, que vivió su infancia entre ranchos, se curtió en Santa Fe, Nuevo México, y siendo prácticamente un crío se mudó a la Gran Manzana para reinventarse una y mil veces, se ha convertido en lo que es a día de hoy. Porque él no es un diseñador al uso, ni pretende serlo. Su vida se encuentra repleta de historias particulares. Es extravagante, atractivo y dispar. Políticamente incorrecto y sincero. Quizás hasta un poco attention whore. Tom Ford, perdónanos, pero te queremos.
Un chico de la América profunda en la Gran Manzana
Nacido el 27 de agosto de 1961, en el seno de una familia presbiteriana tejana, sus padres se dedicaban al sector inmobiliario. Su infancia transcurría entre ranchos, principalmente en el de sus abuelos en Brownwood, y aunque podría haber salido cowboy, poseía inquietudes más artísticas. Le preocupaba el arte y la pintura, dibujar, y sus progenitores se ocuparon de que recibiera las clases que necesitase. Le preocupaba la belleza, la suya particularmente, y a los 14 años terminó en el hospital por haberse puesto sobre los ojos unas rodajas de pepino, con el fin de reducir las ojeras, y haber descubierto sorpresivamente que era alérgico a ese vegetal. Sus intereses apuntaban maneras.
De hecho, cuando era todavía un chaval, recuerda fijarse en la elegancia, el estilo clásico y la clase de su madre y en especial de su abuela. Imprimía sus formas a los vestidos que portaba, a los peinados que lucía e incluso a los coches que conducía. Suele decir Ford que las imágenes de belleza que uno contempla con tierna edad se quedan para siempre en la mente y lo cierto es que si quisiera negarlo, no podría. Un hombre soltero, la deliciosa película que en 2009 dirigió el diseñador convertido en cineasta, encontraba en su abuela la fuente de inspiración para el personaje que interpretaba esplendorosamente la actriz Julianne Moore.
En el 1979, acercándose a la veintena y tras haber estudiado el bachillerato, se trasladó a Nueva York para estudiar arte. En la capital del mundo se matriculó en la universidad, quiso aplicarse en los estudios, pero el descubrimiento del Studio 54, una de las discotecas más concurridas de entonces, lo separaron de los libros. Y la culpa, en particular, la tuvo una fiesta de Andy Warhol a la que asistió en aquel mismo recinto. Entonces llegó el momento de cambiar. Hizo las maletas, se olvidó del arte, y se marchó rumbo a Los Ángeles con la intención de convertirse en actor y conseguir dinero fácil. Atributos, como salta a la vista, no le faltaban ni le faltan. Ahorró dinero, volvió de nuevo a la Gran Manzana y, una vez más, dio un volantazo a su vida. Se inscribió en la escuela de diseño Parsons. ¿Su objetivo? Convertirse en arquitecto.
Pero las pasiones son las pasiones y la arquitectura la veía como una disciplina demasiado seria y poco divertida. Se sentaba sobre la mesa a diseñar un proyecto, tiraba líneas y termina dibujando vestidos. La moda era lo que despertaba su interés. Se trasladó entonces a la sede de la escuela en París, intentando continuar sus estudios, pero tuvo que parar. Un día se levantó en plena noche, ha contado en alguna ocasión, y decidió que debía dedicarse a la alta costura. Aunque no sabía diseñar como tal, sabía dibujar, y le gustaba lo que hacía.
Se graduó y saltó al mundo laboral en busca de un trabajo entre telas. Su primer objetivo fue Cathy Hardwick, diseñadora de ropa deportiva, y estuvo durante semanas llamando a su estudio con el fin de poder hablar con ella y pedirle un trabajo. El día que se la pasaron, ha relatado, Hardwick le preguntó en cuánto tiempo podía estar en sus oficinas. «En unos minutos» contestaría Ford. Porque estaba llamando desde el mismo portal del edificio.
El meteórico ascenso en el mundo de la moda
Su paso por aquella empresa le valdría para conocer al amor de su vida, Richard Buckley, por entonces editor de Women's Wear Daily, con quien se casó hace un par de años tras casi tres décadas de relación. En 1988, a la puerta de los noventa, tocó cambiar de trabajo. Dejó a Cathy Hardwick, se le ofreció un puesto como director de diseño Perry Ellis y se integró en el equipo del neoyorkino Marc Jacobs. Dos años pasaría en la compañía para, de nuevo, desear cambiar. El estilo estadounidense, tantas veces de mal gusto como ha afirmado públicamente, lo limitaba. Necesitaba verdadero interés por la moda y la elegancia y eso solamente podía encontrarlo cruzando el charco y recalando en Europa. Fue entonces cuando viajó a Italia, se hizo cargo del diseño de la línea femenina de Gucci, que en aquellos momentos sufría serios problemas, y comenzó su meteórico ascenso.
barockschloss editada con licencia CC 2.0En apenas cuatro años, todo su estilo, su creatividad y las ganas de hacer cosas nuevas quedaron patentes en las colecciones y acciones de la firma. Lanzó agresivas campañas de marketing, consiguió que volviese a hablarse de Gucci en el mundo y las ventas despuntaron de forma realmente sorprendente. A la vista de los resultados, asumió también la dirección de nuevas líneas de negocio, moda deportiva para hombres y mujeres, y también la de ropa de hogar. De pasar problemas a convertirse en una de las marcas de ropa italiana de lujo más grandes y rentables en sus manos.
Con dinero en la caja, la marca italiana salió de compras y en 1994 se hizo con el control de la mítica Yves Saint Laurent. De nuevo, sin apenas pestañear, los resultados financieros despuntaban. Ingresaban más de lo que esperaban, mucho más, y todo marchaba bien. Un verdadero triunfo para Ford que, sin embargo, le costó un duro enfrentamiento con el mismísimo Saint Laurent. Misivas manuscritas por el modisto francés le decían, sin medias tintas, que con una sola colección había logrado acabar lo que a él le había costado construir décadas y décadas. Pero el de Texas siempre ha estado muy seguro de su trabajo y los números no dejaban lugar a las dudas.
En los sucesivos años Gucci sufrió algunos cambios más, se hizo con el control de marcas como Balenciaga o Sergio Rossi, cambiaron las dinámicas y todo ello provocó que Tom Ford ya no se sintiese a gusto ni feliz. La libertad creativa se veía mermada, ya no podía trabajar a su modo, tenía que sacar dieciséis colecciones al año y él, un perfeccionista obsesionado con el más mínimo detalle, no podía más. Abandonó. Se dedicó un año entero a descansar, vivir de una forma más sosegada, haciendo del golf una de sus aficiones. Fue entonces, durante esa temporada sabática, cuando decidió crear su propia marca con su nombre: Tom Ford. Llegaba el sueño.
FuFu Wolf editada con licencia CC 2.0Incluiría colecciones femeninas y masculinas, líneas de gafas, productos de cosméticos y maquillaje, así como también perfumes. Prendas, desde las de alta costura a las más básicas siempre elegantes, con cortes precisos y acabados perfectos. Calidad por encima de todo, en las materias primas, en la confección e incluso en la distribución y venta. Hacer sentir a la gente bien con su ropa más allá de modas o tendencias. Provocar el agrado de uno mismo, la comodidad de verse bien, la confianza que da saber que uno va impecable. Ese y no otro, es el fin que Tom Ford busca.
El diseñador, que también ha trabajado como cineasta con la mencionada cinta protagonizada por Moore y Colin Firth, la que fue su debut, dirigió hace un año Nocturnal Animals y ha fundado la productora Fade to Black, no solamente ha conseguido a lo largo de su carrera buenos números. Posee numerosos premios como los varios otorgados por el Consejo de los Diseñadores de Moda Americanos, el de Mejor Diseñador Internacional de 2000 de VH1/Vogue Award, el de Diseñador del Año 2001 de GQ USA o el de Mejor Diseñador de Moda de 2001 de TIME Magazine. Del arte y la arquitectura a la moda y el cine. Tom Ford es genio y figura.