La historia de Yves Henri Donat Mathieu Saint Laurent, el eterno Yves Saint Laurent, se escribe en cuatro actos. Como una obra de teatro, o una ópera, la vida de este diseñador universal está trufada de alegrías, decepciones, dramas, triunfos y derrotas. Como la de cualquiera. Sin embargo, tras el principio, el nudo y el desenlace, solamente queda un legado de virtuosismo. De arte con tijera y tela. De revoluciones y transformaciones que trascienden lo cercano y alcanzan lo global. Una herencia que abarca desde la socialización de la alta costura, a la implantación del pantalón en el armario femenino. Del desempolvo de un mundo como el de la moda en un país tan notable en él como Francia, a la entrada del mismo mundo en museos.
Nació en la ciudad de Orán, en la por entonces colonia francesa de Argelia, en el año 1936. Era hijo de una familia acomodada, de las más adineradas de la zona, con un padre descendiente de la nobleza, Charles Mathieu, poseedor de varias salas de cine y presidente de una compañía de seguros. Su madre, Lucienne Andrée, mantenía el papel que en aquella época la sociedad otorgaba a la mujer y fue, sin lugar a dudas, la primera musa de Henri y su verdadero sustento. Porque el devenir infantil no le fue fácil, y saberse homosexual, le valió sufrir un tormento constante en el colegio, con continuas humillaciones, insultos, agresiones y degradaciones. Su único refugio era su madre, y la única salida que veía era el éxito, llegar algún día a ser famoso, a ser alguien. Tal importante era ese anhelo, ese sueño de niño, que los deseos en sus aniversarios no tenían otra razón de ser, como confesó en una entrevista:
Recuerdo que, cuando soplé las velas de mi noveno cumpleaños, pedí que mi nombre se viera con letras luminosas en los Campos Elíseos.
Los comienzos de un joven Yves
Durante aquellos años de dificultades, de inmerecidos tormentos diarios, el joven Yves devoraba con gusto las páginas de todas las revistas de moda que llegaban a sus manos e interpretaba en la seguridad de su hogar papeles de obras de Molière. Se fijaba en los diseños de los vestidos que veía en el papel cuché, disfrutaba con ellos y, con el tiempo, poco a poco fue desarrollando un envidiable gusto. Aquel mundo lo conquistó y en 1950, siendo todo un adolescente, realizó varios diseños que mandó a un concurso que se celebraba en París, una competición organizada por el Secretariado Internacional de la Lana. El resultado no fue del todo mal y quedó en una meritoria tercera plaza. Entonces, el destino que le aguardaba se cruzó con él cuando viajó hasta la capital del país para ser honrado con el premio.
Victor Soto editada con licencia CC 2.0Michel de Brunhoff, el redactor jefe de la revista Vogue, una de las que no dejaba de leer, le mostró su admiración por los diseños que había realizado y le recomendó a él y a su madre que en un futuro estudiase en la Chambre Syndicale de la Couture. El siguiente año volvió a participar en el certamen, quedando vencedor y derrotando al que dentro de poco sería también un grande de la aguja y el dedal, Karl Lagerfeld, y De Brunhoff entró de nuevo en escena. Los diseños eran magníficos y le inspiraban, le recordaban a los de un diseñador de tan altura como Christian Dior, y se los mandó. Tuvo que retrasar su salida de vacaciones para verlos, pero no tuvo duda: aquel jovencito debía pasar a formar parte de su firma. Su talento era más que evidente.
La etapa en Dior y su primera caída
Desembarcado de la Argelia colonial en el glamuroso París, en la concurrida capital gala, Saint Laurent entraba con 18 años en el emporio de Christian Dior. Dio sus primeros pasos encargándose de tareas notablemente menores como la decoración de espacios y el diseño de algún accesorio de segunda fila hasta que el modisto volvió a reparar en él y en su buena mano. Lo eligió, para sorpresa de muchos, como su sucesor en el cargo de máximo responsable de los diseños de la casa, cuando no tenía ni de cerca edad para la retirada. Pero lo que nadie esperaba sucedió. Aquel mismo año murió, de un inusitado infarto, y el delfín se hacía con las riendas de la marca. Con 21 años, aquel año 1957, el joven de Orán se convertía en el diseñador más joven de la moda francesa.
Durante un idilio profesional, el de Saint Laurent y Dior, que estuvo cerca de los treinta meses, el delfín, el Principito como lo bautizó la prensa entonces, dejó el listón altísimo. Su primera colección se titulaba Trapecio y era una muy personal versión de la fabulosa y legendaria Línea A. A ella le seguirían otras que perseguían de igual modo el objetivo de despojar al cuerpo femenino de todos los añadidos que la moda le había puesto encima hasta entonces y diseños particulares tan célebres como el que realizó para la boda de Farah Diba con el Sha de Irán. No obstante, la relación comenzó a flaquear. Si las primeras creaciones habían puesto a la prensa en pie, en una gran y general ovación, llegando a facturar la firma el 50 % de las exportaciones de moda del conjunto de Francia, las que llegaron más tarde recibieron duras críticas.
Victor Soto editada con licencia CC 2.0En aquel momento sucedió algo que llevaba evitando tiempo: la llamada a filas. Hasta el momento, el joven había podido evitar prestar el servicio militar gracias a los contactos de Marcel Boussac, el propietario de Dior, pero el poco apoyo que comenzaron a recibir sus creaciones propiciaron, según apuntan las malas lenguas, que esos hilos que movía el magnate se quedasen de pronto quietos. O quizás, que se agitaran en sentido contrario. Yves Saint Laurent permaneció apenas 20 días en el ejército sin llegar siquiera a empuñar un arma. El acoso de sus compañeros nada más aterrizar en el cuartel le provocó un ataque de estrés que precisó un ingreso hospitalario en un centro médico militar.
En aquel estado le llegó la noticia que seguramente no quería conocer: Dior lo había sustituido. El duro revés lo llevó a empeorar, afectando gravemente su estado emocional, y ser ingresado en la institución psiquiátrica Val-de-Gracê, desgraciadamente conocida por sus severos tratamientos. Tras dos meses largos de sometimiento a terapia electroconvulsiva e ingesta de potentes medicamentos, habiendo de convivir además con personas afectas de gravísimos cuadros mentales, pudo volver a pisar la calle cuando los médicos concluyeron que nada más podían hacer por él. Gravemente afectado, con un bajísimo peso y una adicción a barbitúricos, tornó a París y descubrió como su lugar en la gran firma de alta costura lo había ocupado Marc Bohan, uno de sus grandes rivales.
Aquello fue lo que necesito para convencerse de que podía volar por libre, fundar su propia firma y volver a cumplir aquella promesa que se hizo siendo un niño: ser famoso. Demandó a su anterior empresa por daños morales con el apoyo de su gran amigo Pierre Bergé, quien en poco tiempo se convertiría en su pareja sentimental, y con el dinero de la indemnización y el apoyo adicional del empresario norteamericano J. Mack Robinson constituyó Yves Saint Laurent.
Yves Saint Laurent como marca y reafirmación
En 1961 se encargaba el logotipo de la nueva firma al diseñador gráfico galo Adolphe Jean-Marie Mouron, conocido con el seudónimo de Cassandre, y en 1962 la primera colección estaba lista. Las primeras prendas firmadas con el monograma compuesto por las iniciales del diseñador, vigente hoy en día, fueron un verdadero éxito. Tanto la prensa como el público las aplaudían. Yves Saint Laurent continuaba desarrollando su trabajo con tesón, sin perder su estilo y su pensamiento del vestuario femenino, y un lustro después daba de nuevo un golpe sobre la mesa.
Rdresch editada con licencia CC BY-SA 4.0En la rue Tournon de la capital francesa el dúo formado por Yves y Pierre ponía en marcha la que sería la primera tienda de moda prêt-à-porter, con una línea comercial completa, una colección como cualquier de la alta costura. Porque no se trataba de prendas que imitasen diseños de las pasarelas, no eran vestidos o piezas de segunda. Eran creaciones de principio a fin, genuinas y originales, pensadas para todas las mujeres. Concebidas para ser vendidas en una boutique, listas para llevar. Era la socialización de la moda, de la alta costura. Y la demostración de ir por buen camino fueron las enormes colas que a la puerta de este establecimiento se formaron.
Más adelante llegaron prendas icónicas para el modisto como las populares saharianas, las blusas que la prensa en los inicios había calificado como las mejores desde Chanel y, sobre todo y especialmente, llegó el momento del pantalón. Fue seguramente su gran apuesta y su gran victoria. La incorporación de esta prenda, hasta entonces circunscrita al vestuario masculino, al vestidor de la mujer. Trajes chaqueta que definían unas líneas que hasta entonces la silueta femenina no había dibujado.
El éxito consagrado, la segunda caída y el nacimiento de un mito
Entretanto, Yves Saint Laurent se atrevió con todo. Fue el primer diseñador en incluir modelos de raza negra en sus desfiles, cosechando una buena aceptación. Se inspiró en el arte para presentar colecciones, como la de otoño del 66 motivada por las obras de Mondrian, de gran triunfo. Y en 1971 incluso llegó a sugestionarse para crear con los colaboracionistas franceses de la Francia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Fue, naturalmente, acusado de enaltecimiento de los tiempos de la ocupación por las fuerzas del Eje y nostálgico del totalitarismo. Y pese a todo, continúo concibiendo productos sin barreras, al margen también de la costura en sí misma. El perfume Opium, que vio la luz en 1977, es un gran ejemplo.
Eric Koch / Anefo - Nationaal Archief editada con licencia CC BY-SA 4.0La opinión pública le solía sonreír, pese a las notables excepciones. La crítica lo hacía con idéntico patrón. Y la presión, el estrés a la hora de crear, las exigencias de unas colecciones que debían salir sí o sí, temporada tras temporada, causaron mella. Hasta dos décadas después de comenzar no dejó de ser drogodependiente. Los excesos fueron una constante. El alcohol regó grandes facetas de su vida. Y los antidepresivos fueron parte de su día a día. Su faceta mundana se engrandeció, los escándalos empezaban a empañar de forma preocupante los triunfos y los rumores crecían. Se hablaba de cáncer, de sida. De graves afecciones más allá de lo emocional. Pero él y Bergé, ya en sus últimos años expareja, un simple amigo, lo desmentían.
Con poco más de 60 años se anunciaba limpio y, cuando salía de sus refugios en países lejanos, lo hacía para no faltar a la cita de la presentación de sus colecciones. Pero en 2002 el genio anunció su despedida. Lo hacía crítico, cabizbajo y decepcionado. La moda que se imponía no le gustaba. Veía que solamente importaba el dinero, que lo artístico quedaba en un segundo plano. Y Tom Ford se hizo cargo de su puesto. Poco más de seis años después, el primero de junio de 2008, Yves Saint Laurent fallecía en París, ahora desgraciadamente sí, aquejado de un terrible cáncer. Escasamente antes de marcharse de la vida, se había unido de nuevo, civilmente, a Pierre Bergé. Y dijo adiós a todos y todo en un funeral presidido por el entonces presidente de Francia Nicolas Sarkozy, por la mujer de este, Carla Bruni, que había trabajado con él como modelo, y acompañado por maestros de la profesión como Valentino, Jean Paul Gaultier, John Galliano y mujeres a las que vistió como Naomi Campbell, Claudia Schiffer o Farah Diba. Dejaba un legado que a día de hoy continúa. Prendas que se exhiben en museos. Líneas de diseño que siguen nuevos modistos. Su sombra, su bendita sombra, es alargada. La alta costura no hubiese sido lo mismo sin él. La moda no sería lo que es.