El pasado Salón del Automóvil de Detroit albergó entre sus paredes todo un acontecimiento, un hito en la historia del automovilismo, una noticia emocionante para los aficionados a los coches: el supercar por excelencia volvía al asfalto, el nuevo Ford GT era una realidad.
Casi cincuenta años después de que el Ford GT40 rodase por las pistas de Le Mans alzándose en el año 1966, el 1967, el 1968 y el 1969 con la primera plaza de sus 24 horas, y justo una década después de que el Ford GT pisase las calles con un diseño inspirado en el clásico de carreras, la multinacional estadounidense del óvalo ha decidido volver a la carga por todo lo alto.
Ford
El nuevo Ford GT llega con la presencia que solamente los coches de su clase son capaces de transmitir, vehículos que rozan el prototipo pero son tan reales como la vida misma, tan tangibles que el próximo año podremos tocarlos cuando se pongan a la venta.
El supercar de la de Míchigan aparca frente a nosotros enseñándonos todo lo que debe. Desde su motor central, un EcoBoost V6 de 3,5 litros turboalimentado que supera los 600 caballos de potencia, a su caja de cambios, automática con doble embrague y siete marchas. Desde su perfil, en el que destacan sus dos entradas de aire delanteras, sus retrovisores separados del cuerpo y su aerodinámica general, a sus ruedas, de 20 pulgadas de diámetro montadas sobre llantas de cinco radios dobles.
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Todo el conjunto se redondea con imponentes faros LED de tradicional estilo deportivo en la parte frontal y actual forma redondeada en la trasera, doble salida de escape bajo el alerón y un interior de inspiración retro, con un volante similar al de los F1. En el salpicadero también tienen su espacio una gran pantalla como cuadro de mandos y otra complementaria, con información extra accesible tanto desde la plaza del piloto como del copiloto.
El Ford GT ha resucitado y pronto caminará entre nosotros.
Larga vida.