Tres grandes nombres del panorama gastronómico estadounidense, especialistas cada uno en diferentes áreas del negocio culinario, se alían. ¿Qué puede pasar con esa unión? Pues que surja el éxito con la misma naturalidad con la que amanece cada mañana.
Drew Nieporent, conocidísimo restaurador responsable de alguno de los más notables restaurantes de Estados Unidos, el chef austríaco Markus Glocker, reconocido por una cocina en la que la técnica resulta un mantra más que esencial, y John Winterman, un popular maître al otro lado del charco, dieron a luz al restaurante Bâtard, uno de los mejores restaurantes estadounidenses.
Fotografía cortesía de BâtardEl premio James Beard al nuevo mejor restaurante estadounidense de 2015 situó al espacio gastronómico en el mapa y destacables críticas de grandes medios como el The New York Times o Forbes terminaron de rematar la faena. Estos Unidos y el mundo sabía que en el número 239 de la neoyorquina West Broadway Street había nacido una estrella. Porque, dicho sea de paso, también tiene un astro de la guía Michelin.
El restaurante comandado culinariamente por Glocker podríamos decir que es resultado, en gran medida, de su trayectoria como cocinero. Es una propuesta que aboga por la sinceridad y el virtuosismo de su creador. Una invitación a sumergirse en una cocina europea, que no olvida dónde está, en lo que el azar no existe y cada una de las preparaciones sale a las mesas estando milimétricamente ejecutadas como el chef desea.
Fotografía cortesía de BâtardUna rigidez que no obedece a egos, tampoco a caprichos, ni siquiera a pulcritud en el trabajo. El cuidado tan esmerado al detalle simple y llanamente tiene que ver con la cocina que practica este austríaco. Que necesita un punto concretísimo para alcanzar la perfección. Que requiere de elementos definidísimos para ser exactamente lo que es. Sin todo ello no serían lo que son. Sería un pastrami de pulpo delicioso, sí, pero no con el sello Bâtard. Serían unas chuletas exquisitas, sí, pero no las que se preparan en este enclave de Tribeca.
El triunvirato de virtuosos y profesionales gastronómicos ha conseguido inequívocamente lo que pretendía. Llegar, abrir y deslumbrar. Dejar con la boca abierta. Provocar los aplausos. Y desembocar el impulso que los anima a continuar trabajando, mejorando y evolucionando. Porque el restaurante Bâtard, si ellos así lo desean, tendrá mucho futuro. Estados Unidos y el mundo lo verá. De eso uno está seguro.