Cuando hablamos de sensaciones, percepciones e impresiones, hablamos de subjetividades. Quien firma este artículo puede sentir el placer de una forma distinta a como lo siente el que lo lee. La tonalidad de un color. La intensidad de una caricia. La emoción de un éxito. En filosofía de la mente, los expertos pensadores en la materia, verbalizaron esas cualidades subjetivas de las experiencias de cada individuo, ese vacío imposible de llenar con explicaciones, en una palabra: qualia. Y los invidentes, las personas que no ven con el sentido de la vista, pero sí tienen una experiencia visual con la ayuda del resto de capacidades, más desarrolladas gracias a la ausencia de la quinta, son seguramente los individuos que mayores o más acentuados tienen esos qualia. Aunque les resulte sumamente complejo explicarlos con palabras y al resto, los videntes, siquiera entenderlo o llegar a imaginarlo.
Su condición innata hizo que Cervezas Ambar quisiera reunir a diez de ellos, especiales amantes de la cerveza, para realizar una cata de su nueva colección artesanal. Los ingredientes de la primera referencia que abre la serie sobre una mesa, los invidentes tan videntes alrededor de ella y sus sentidos en alerta. «Me recuerda un poco el olor a la mantequilla». «A mí según cómo me recuerda al maíz. Me conecta un poco con mi niñez; tenía campos de trigo muy cerca de mi casa». «Por una parte a mí me recuerda al limón».
Ahora, cambiamos la deconstrucción de la cerveza por la propia protagonista, y la servimos. «De entrada me ha gustado mucho el sonido de la cerveza al caer en el vaso... cuando cae en el vaso la oyes cantar». «En esta cerveza veo a Billie Holiday: potente y suave al mismo tiempo». «Tiene notas de vainilla y de repente me da un olor como de madera, es una sorpresa muy agradable». «Por su aroma, yo esta cerveza, me la tomaría en copa». «Aquí hay montones de aromas...Tendríais que haber puesto la palabra original».
¿La detonante de todas las citas? Ambar 10, una vuelta a los orígenes, y la primera de la colección Ambiciosas Ambar. Antonio Fumanal, el maestro cervecero barbastrense al frente de la más que centenaria cervecera zaragozana explica su concepción como la composición de una obra musical: «Nos dimos cuenta de cómo nuestro trabajo era estimular el cerebro, a través de las papilas gustativas, del olfato... conseguir esa armonía que los músicos consiguen con diferentes notas, diferentes ritmos y diferentes frases».
Una cerveza que escapa de la concepción europea de la bebida, ceñida simplemente al agua, malta, lúpulo y levadura, y recuera las elaboraciones primitivas, cuando las primeras culturas elaboraban sus brebajes con las hierbas y especias que tenían más a mano, a su alrededor. En este caso particular, no obstante, valiéndose de la globalización, para con esa filosofía recoger hasta una decena de variedades de lúpulos originarios de países como Eslovenia, Estados Unidos, Polonia, Chequia o la propia España. Con ellos establecer un compás, con la elaboración artesanal en la cervecera zaragozana del barrio de San José; una melodía, con los diez grados de alcohol que mecen la receta; y un disfrute sostenido, con el resultado y el tapón mecánico que posee su esbelta botella.
«La respuesta siempre está en lo pequeño, nunca en lo grande», apostilla Fumanal.