En 2005 abría las puertas de su restaurante en el madrileño barrio de San Bernardino. Un año más tarde conseguía su primera estrella Michelin. Y cuatro años después de conseguir el hito, se marchaba. Lo hacía tanto su creador, el chef Fernando Pérez Arellano, como el restaurante en sí mismo, Zaranda. Desde las vajillas al equipo que había logrado el éxito. Todos se embarcaban en la aventura de trasladar el triunfante establecimiento desde la meseta a las Islas Baleares.
En Mallorca, la isla en la que recalaron, el establecimiento recuperó la estrella que por el traslado quedaba en el aire. Aquel espacio, alejado de una ciudad tan saturada de propuestas gastronómicas como Madrid, era el idóneo para trabajar con tranquilidad, sosiego y templanza. Era el marco en el que volver a inspirarse, en el que probar cosas nuevas y dar un paso más en una trayectoria que comenzó, hablando particularmente del joven Pérez Arellano, en cocinas británicas, francesas y españolas aprendiendo desde lo más bajo.
Restaurante Zaranda Restaurante Zaranda
Primero en el hotel Hilton Sa Torre, y más tarde desde el hotel Castell Son Claret, su actual emplazamiento a los pies de la sierra de Tramontana, el restaurante Zaranda viró su cocina prestando atención a las tradiciones locales y los productos autóctonos. El encuentro con Mallorca estaba siendo una evolución culinaria natural y progresiva. Era una asimilación del entorno. Una adaptación al nuevo hábitat.
La propuesta culinaria incorporó poco a poco las materias primas más características de la gastronomía local. Aprendió de los platos típicos, los desarrolló con estilo propio y los asentó en las bases de su trayectoria. Sabores limpios y reconocibles, carencia de artificios y grandes dosis de creatividad son rasgos que describen una cocina sincera y virtuosa convertida en un gran viaje gastronómico. Con esta transición, no carente de esfuerzo, la guía Michelin de 2016 llegó con la segunda estrella.
Restaurante Zaranda Restaurante Zaranda
En el restaurante, decorado con obras de artistas locales, cocinas a la vista y una privilegiada terraza veraniega en el patio del histórico edificio, pueden disfrutarse platos como el de lengua de ternera con patata y puerro, el all i pebre de pulpo, la burrata dulce de cabra, fresas y albahaca, el huevo negro con caviar de sepia o la gamba de Andratx con emparedado de acelgas e infusión.
Estos los encontramos en las cuatro propuestas disponibles: tres menús con cinco, seis y ocho platos preestablecidos y un cuarto en el que los doce platos que lo componen son una sorpresa para el comensal. Cualquier de ellos, además, podrá armonizarse con algunos de los vinos de la bodega del Zaranda, que cuenta con cerca de dos centenares de referencias.