Con un lanificio comenzó todo. Ermenegildo Zegna es uno de los pocos negocios de su sector que continúa tras décadas y décadas de historia en manos de la misma familia. Es el reflejo del esfuerzo y el arrojo, una marca que lleva el nombre del hijo que tuvo la decisión de llevar adelante el deseo de su padre. Angelo Zegna, relojero de profesión, quiso levantar una fábrica de tejidos en la segunda mitad del siglo XIX. El más pequeño de sus diez hijos, nacido en 1892, fue quien lo hizo realidad.
Con solamente 18 años, en la primera década del siglo XX, fundó el Lanificio Zegna en la comuna italiana de Trivero. Un emprendedor del siglo pasado, un joven avezado con olfato empresarial que con cuatro telares comenzó a producir no unos tejidos cualesquiera, sino «los más bellos del mundo», su mayor anhelo. Esa búsqueda por crear lo mejor entre lo mejor lo llevó a proveerse directamente de la materia prima en los países de origen, sin intermediarios, y valorar lo suficiente cuán importante es la tecnología, la mano de obra que interviene en los procesos y la correcta difusión de su trabajo.
Aquella visión, que a día de hoy continúa en el seno de la marca Ermenegildo Zegna con la cuarta generación al frente, se demostró más que acertada. En los años treinta la empresa empleaba a más de un millar de personas. En 1938 comenzó a exportar sus valorados tejidos al continente americano. Y tras unirse los hijos del creador, Aldo y Angelo, en 1942, Zegna comenzó a vender en más de una cuarentena de países.
Sin embargo, la empresa no concebía sus progresos y sus éxitos sin los trabajadores que los hacían posibles ni con la comunidad en la que se localizaban, por eso, gran parte de los beneficios repercutían en ellos. En forma de una biblioteca pública, un gimnasio, un cine y teatro, una sala de convenciones o incluso una consulta médica. El compromiso con la comunidad era más que total.
Durante los siguientes años el lanificio continúo en expansión, inaugurando sus primeras tiendas en París y Milán, y estando en las proximidades del nuevo siglo se decidió diversificar el negocio e ir más allá de los tejidos. En los noventa se amplió el catálogo con accesorios con lo que llamaron un «estilo Zegna» y el nombre de Ermenegildo comenzó a sonar con más fuerza que nunca. Así llegó el calzado, la peletería y los perfumes, todo con esa filosofía de buscar lo más bello encargándose de todo de principio a fin, preocupándose por las comunidades, por quienes participan de ese progreso y por el medio ambiente, el entorno donde vivimos. Ermenegildo Zegna es familia, es esfuerzo, es calidad y es responsabilidad.