La historia de La Mer, y esencialmente de Crème de La Mer, es la historia de la esperanza, el tesón, la confianza y la seguridad de un hombre por salir adelante. Su nombre era Max Huber y su anhelo el momento en el que dejar atrás las consecuencias de un terrible accidente. Era científico, físico aeroespacial, y un rutinario día en su laboratorio todo salió mal. Unas pruebas no se desarrollaron como debían, un experimento le estalló literalmente en la cara, y su rostro quedó fatalmente afectado. Severas quemaduras químicas que ni la medicina ni la ciencia podían paliar efectivamente.
Fue entonces cuando lo dejó todo y se embarcó en una particular cruzada con el fin de revertir, en la medida de lo posible, su dolorosa situación. Fueron más de doce años de intentos con un sinfín de ingredientes y sustancias, más de seis millares de ensayos, incontables horas de trabajo. Pero al fin encontró lo que con tanto ahínco buscó. Un producto que ayudase a su piel. Una crema que regenerase su semblante y mejorasen su aspecto. Había concebido la crema de La Mer y ahora podía compartirlo con el mundo.
¿Pero cómo lo hizo? El doctor Huber, sencillamente, tuvo que fijarse en el mar, en sus algas y en el poder regenerador que estas poseen. Investigó sobre sus nutrientes, comenzó a experimentar con ellas y se le ocurrió llevar a cabo fermentaciones junto con otros elementos naturales con importantes propiedades. Cuatro meses de trabajo dieron como resultado lo que denominó biofermentación y, con ella, The Mircale Broth, la esencia que siempre buscó.
Es el extracto que compone la Crème de La Mer, el néctar capaz de trasladar a la piel esa inagotable habilidad de algunas algas para regenerarse por sí mismas, sus propiedades reparadoras y la excepcional capacidad de retener la humedad. Así se hidrata la piel como nunca se ha podido hidratar, se repara el rostro de forma literalmente increíble y se asegura, como una promesa, que un cutis deteriorado tiene remedio. La faz de Max Huber, que se recuperó volviéndose más tersa, suave y elástica, pese a los graves daños que presentaba, fue la mejor prueba.