Del buen número de fabricantes relojeros de los que hay que hablar cuando se trata la más notable industria relojera suiza, Omega es quizás uno de los más destacados por sobrada veteranía, popularidad a lo largo del tiempo, presencia en toda clase de ámbitos y consecución de hitos tan significativos como haber llevado sus Speedmaster a la Luna. Pero para alcanzar ese momento no tan lejano y el actual de la firma, con su plena consolidación, debemos repasar brevemente una historia que arranca en el año 1848.
Fue fundada en la ciudad suiza de La Chaux-de-Fonds, la tercera de Romandía tras la famosa Ginebra y Lausana, como La Generale Watch Co por un joven relojero llamado Louis Brandt, que se dedicaba a ensamblar relojes con piezas y mecanismos suministrados por otros relojeros de la zona. El negocio, por aquel entonces, no parecía funcionar mal, pero con su muerte en 1879 y el consecuente paso al frente que tuvieron que dar sus hijos, Louis-Paul y César, se cambió el modelo de negocio. Los mecanismos de tercero se dejaban a un lado, tras varios problemas de calidad, y Omega comenzaba a ocuparse de todo.
Aquel pequeño pero importante peldaño subido por la segunda generación y su posterior traslado a la cercana ciudad de Biel/Bienne, en 1880, resultaron en unos primeros calibres propios éxito de ventas y un crecimiento fulgurante de la compañía. Los hermanos Brandt, quienes murieron poco más de dos décadas después, dejaron una fábrica que en el año 1903 producía unos 240.000 relojes anualmente y daba trabajo a unas 800 personas.
Fue entonces el momento de la tercera generación y el punto de inflexión que marcaría su devenir posterior. De la mano del heredero, Paul-Emile Brandt, Omega se transformó definitivamente en una gran manufactura relojera, colocó sus creaciones por todo el mundo y gracias a la gran precisión de sus mecanismos se impuso en varios ejércitos como medición oficial y alcanzó diferentes reconocimientos internacionales por ello.
Sin embargo, con la Primera Guerra Mundial diezmando el mundo y los problemas económicos derivados del conflicto, Omega y otra suiza, Tissot, se fusionaron formando en aquel momento el grupo Société Suisse pour l’Industrie Horlogère, con sede en Ginebra y con la presidencia en manos del mismo Brandt. Los sucesivos años volverían a ser dorados para el fabricante relojero con consecuciones tan importantes como hacerse cargo de las mediciones de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1932, convirtiéndose desde entonces en la marca oficial de los JJ. OO., o la presentación del Speedmaster en 1948, el primer reloj resistente al líquido elemento, que en la década de los 60 viajaría a la Luna con los astronautas del Apolo 11. Este hito catapultó definitivamente a Omega convirtiéndola en lo que es hoy en día, una empresa que integrada en el grupo Swatch con otras grandes como Rado o Harry Winston, se encuentra presente en nuestro día a día y escribe con letras doradas su nombre en la historia de la alta relojería mundial.