Las grandes firmas relojeras son capaces de tener en el mercado, al mismo tiempo, multitud de colecciones con diferentes modelos, modelos con diferentes versiones y versiones con diferentes combinaciones de materiales o colores. Un maremágnum de nombres y referencias, en ocasiones difícil de desenmarañar, que puede conducir a equívocos. Rolex es uno de estos grandes nombres con amplio catálogo y dilatada historia con relojes para cada estilo de vida, cada personalidad o cada forma de vestir. Y, como sucede con tantas otras, surgen dudas a la hora de saber qué designan exactamente determinadas denominaciones. Como por ejemplo esta, la que abordamos en el presente artículo, una con mucha historia: Oyster Perpetual.
Un viaje a principios del siglo XX
La denominación —frecuentemente precedida por el nombre de la firma, como Rolex Oyster Perpetual— hace referencia en primera instancia a los modelos Oyster Perpetual, iconos del estilo clásico y universal relojero, y en última a la razón por la cual esta serie de relojes fue bautizada así. Es una historia que se remonta a los orígenes de la manufactura, a las aspiraciones que tenía el fundador de Rolex, Hans Wilsdorf, a principios del siglo XX cuando su negocio apenas comenzaba a florecer.
Era una época caracterizada entre otros semblantes por el ánimo innovador, por las inquietudes de numerosos eruditos deseosos de dar con nuevos ingenios. Uno de ellos era este empresario convertido en relojero, que veía en los relojes de pulsera —por aquel entonces poco frecuentes y nada fiables comparados con los de bolsillo— el futuro de la relojería.
Y apostó decididamente por ellos, buscando siempre la mayor de las precisiones, para transformar el paradigma imperante entonces. Primero importando movimientos procedentes de pequeños talleres suizos hasta Londres, donde por entonces se ubicaba la primitiva Rolex y donde consiguió en 1910 y 1914 dos grandes certificaciones sobre la precisión de sus relojes, y más tarde fabricando los suyos propios en Ginebra, donde trasladó la empresa en 1919 y comenzó verdaderamente la construcción de su vigente prestigio.
¡Eureka! ¡Oyster!
RolexSin embargo, los relojes de pulsera además de la falta de precisión adolecían de otro problema no menos importante: la falta de hermeticidad. Llevándolos en la muñeca, siempre al aire libre, siempre en movimiento, en cualquier situación, el polvo y el agua hacían mella en ellos incluso aunque se tuviese cuidado. El polvo llenaba las esferas y comprometía los engranajes. El agua corrompía la maquinaria y empañaba condensándose el cristal que cubría la esfera.
Fue en aquel momento cuando Wilsdorf investigó con diferentes soluciones, a cada cual más compleja, hasta dar con la adecuada: una caja maciza, particularmente resistente a la corrosión, que encajase de forma intrincadamente enroscada todos los elementos. Era la Oyster —que, en el año de su invención, el 1926, quedó patentada— y era también, a su vez, el primer reloj de pulsera hermético del mundo. El nombre, referencia al molusco conocido en castellano como ostra, dejaba intuir en cierto modo la firmeza de sus cierres.
Y llegó la segunda parte: Perpetual
Tenemos que avanzar algunos años más en el tiempo, hasta alcanzar el año 1931, para encontrar el origen de la segunda parte de la denominación. Fue entonces cuando Rolex, tras mucho esfuerzo dedicado a la perfección de la precisión y la mejora del funcionamiento de sus relojes, concibió un mecanismo de cuerda automática por rotor libre totalmente revolucionario. Un ingenio cuyo principio, con el transcurso del tiempo, fue adoptado por el conjunto de la industria relojera mundial.
El movimiento en cuestión fue bautizado como Perpetual y junto a la caja hermética, Oyster, dio lugar al alumbramiento de los Rolex Oyster Perpetual, la combinación de caja y movimiento que, a día de hoy, la mayoría de relojes de la firma suiza continúan montando con impalpables alteraciones más allá de la evolución de sus calibres. Esta es, innegablemente, una notable y singular parte de la historia de la relojería universal que ha alcanzado nuestros días.