En el vasto recinto palaciego de Versalles, en la zona sureste, se ubica un edificio de planta cuadrangular, con cuatro fachadas desemejantes, obra de uno de los más grandes arquitectos del siglo XVIII, Ange-Jacques Gabriel.
El Pequeño Trianón, Le Petit Trianon en francés, fue mandado construir por el re para que su amante más célebre y favorita, Madame de Pompadour, pudiese refugiarse de la concurrida vida cortesana de palacio. Desgraciadamente nunca pudo ocuparlo por su prematura muerte, pero el palacete neoclásico —que de pequeño tenía poco— pasó a manos de la segunda favorita: Madame du Barry.
© Château de VersaillesSin embargo, no alcanzó su culmen hasta que el rey Luis XVI se lo regalase a su esposa Maria Antonieta. La reina austríaca, que le sugirió quedárselo para convertirlo en un verdadero refugio de la vida palaciega, tan tortuosa para quien era detestada por la corte y el propio pueblo, se sentía en él a salvo de cualquier mal. Rodeada de jardines con diferentes concepciones por los cuatro costados, con aposentos cómodos y de una ostentación mucho más recatada, con espacio para ella misma donde poder estar en completa soledad, Le Petit Trianon se convirtió en su oasis en Versalles hasta el estallido de la Revolución francesa.
© Château de VersaillesLa residencia real, al igual que el resto del château, fue abandonado en octubre del 1789 tras la marcha sobre Versalles. Entre el día 5 y 6 de aquel mes una muchedumbre armada tras asaltar el arsenal de París, marcharon hacia el palacio con el fin de protestar por el alto precio y la escasez del pan, la exigencia de reformas políticas liberales y una monarquía constitucional.
El enfrentamiento fue violento y sangriento, pero el rey de Francia tuvo que terminar claudicando a las exigencias del gentío enfurecido. El monarca, su consorte, el resto de su familia y los miembros de los Estados Generales de Francia que allí se encontraban tuvieron que volver con la población a la capital gala con un destino nada seguro.
© Château de Versailles, ToucanWingsAquel segundo y último día de la marcha, que supuso el fin de la autoridad real en el país ilustrado, fue el último de Maria Antonieta en su comedido palacio. Intacto quedó prácticamente hasta nuestros días y, tras una reforma integral en 2008, fue abierto al público con el esplendor que durante el siglo XVII alcanzó. Su planta baja, su ático y sus jardines viven como vivieron aquellos días. Su historia reluce. Su fama, el carisma con el que quedó impregnado por la transgresora reina, permanecen de forma gratamente perceptible.